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SENTIMOS LAS MOLESTIAS: Resines y Rellán en la edad de la impotencia

Es poco habitual que la pantalla nos ofrezca retratos de ese período de la vida en el que pareciera que tanto mujeres como hombres perdemos todo, o al menos parte, del estatus de ciudadanía que nos define en una democracia. Llegados a la vejez, esa palabra de la que siempre huimos porque sigue encerrando connotaciones peyorativas que son la más contundente expresión del “edadismo” de unas sociedades narcisistas y “presentistas”,  es como si el sistema nos expulsara a los márgenes para tratarnos paradójicamente como menores de edad. Más allá de cómo el quebrado Estado Social sigue teniendo una deuda pendiente con todo lo relativo a la garantía del bienestar y autonomía de los y las mayores, la vejez es uno de los períodos de nuestras vidas en que con más rigor acaban mostrándose esos sesgos de género que nos demuestran que tendríamos que abolir los mandatos de masculinidad y feminidad. Para los hombres, construidos bajo el peso de creernos los importantes, llegar a viejos supone en gran medida ir perdiendo ese nivel de omnipotencia mediante el que el patriarcado siempre nos ha equiparado a los dioses. De manera muy acertada Aurelio Arteta califica a la vejez como “la edad de la impotencia”, aunque yo creo que este calificativo encaja mucho mejor en los procesos que solemos vivir los hombres cuando llegamos a una determinada edad. Esa en la que ya no tenemos el insistente brillo de lo público ni la potencia sexual de la que nos vanagloriamos, y en la que cuerpo se empeña en demostrarnos que no es una máquina para revelarnos, para muchos quizás por vez primera en sus vidas, que la fragilidad es la condición definitoria de lo humano.


 

En los últimos años nos hemos ido encontrando con algunos relatos que muestran el envejecimiento masculino con muchos de esos matices sobre los que todos deberíamos reflexionar para, ojalá, acercarnos a ese momento con habilidades y lecciones que todavía no tenemos bien aprendidas.  En esta línea, recuerdo lo mucho que me hicieron reír y reflexionar las magníficas series El método Kominsky y Grace and Frankie. Con otro enfoque completamente distinto, la bellísima película Supernova nos ha mostrado recientemente cómo una pareja de hombres gais mayores, tan inéditos en los imaginarios colectivos, se enfrentan a la enfermedad de uno de ellos y a la vivencia del dolor. A estas apuestas en las que, al fin, empezamos a ver construcciones de la vejez masculina que van más allá de la amargura del paso del tiempo sobre la que tanto han escrito genios y filósofos, se suma la divertida y necesaria Sentimos las molestias.  La miniserie de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, que yo aconsejo ver de un tirón como si se tratase de un largometraje, nos presenta a dos amigos eternos, interpretados por unos impagables Antonio Resines y Miguel Rellán, que se enfrentan justo a ese momento en el que no les queda más remedio que asumir que ya van siendo unos viejos. Uno de los grandes aciertos de la serie es presentarnos a dos personajes de caracteres y trayectorias distintas, interpretados a su vez por dos actores con estilos muy reconocibles y también diversos, pero que acaban encontrándose en un momento en el que ambos, aunque les cueste admitirlo, no tienen más remedio que ir despojándose de su virilidad aplastante e ir, aunque sea poco a poco, abrazando la ética del cuidado. La del auto-cuidado y la del cuidado de los demás, esas dos dimensiones que tradicionalmente no han formado parte del hacerse hombre. De la mano de estos dos Rafas, uno un prestigioso director de orquesta y el otro un viejo rockero que se resiste a morir, vamos recorriendo muchas de esas parcelas a las que inevitablemente los hombres acabamos enfrentándonos cuando llegamos a la edad del “júbilo”.  La serie lo hace con delicadeza, con simpatía, sin pretender lanzar discursos, pero mostrando sin tapujos todas esas pequeñas/grandes cosas a las que irremediablemente pondremos nombre y rostro cuando, como los protagonistas, superemos los 70. La a veces inevitable soledad, la escasa capacidad para adaptarnos a los cambios, nuestras torpezas para ocuparnos de los quehaceres cotidianos, el ego que no deja de engordar y de engordarnos, las malas pasadas de un modelo de macho que nos ha llevado siempre a creer que las mujeres están a nuestra disposición, las miserias a que nos lleva las exigencias de una sexualidad erecta y poderosa, el enriquecedor pero también a veces esclavo papel de abuelos y, por supuesto, la mala digestión de las enfermedades y, en definitiva, de la vulnerabilidad que nunca hemos querido reconocer bajo nuestra capa de superhéroes. Todas estas miradas están presentes en Sentimos las molestias, serie en la que también se nos apunta, aunque sin profundizar en ello, que las mujeres, o al menos una buena parte de ellas, aprenden mejor que nosotros las lecciones que tienen ver con su autonomía (ese maravilloso personaje que interpreta la siempre grande Fiorella Faltoyano). Tan frescas, que diría mi querida Anna Freixas.

 

Haríamos bien los hombres en ver esta serie como un pequeño tirón de orejas, cariñoso y amable, que nos alerte de que la vejez es una edad a la que, con fortuna, todos llegamos, y que lo mejor que uno puede hacer es ir haciéndose individuo con las capacidades y habilidades para vivir con las suficientes dosis de autonomía y bienestar. No como ese retiro al que parece que condenamos a quienes dejan de ser productivos económicamente, sino como esa otra etapa en la que es posible seguir gozando de la vida e incluso disfrutando de determinadas parcelas de la misma que de jóvenes no estábamos preparados para valorar. Y, muy especialmente, y entre otras muchas cosas que anotar en nuestra libreta de tareas por hacer, los entrañables personajes que interpretan Rellán y Resines deberían servirnos como espejo para darnos cuenta de la importancia de los vínculos emocionales. De lo necesarios que son para sostenernos en cualquier momento de nuestras vidas y mucho más cuando nos vamos volviendo más frágiles. Unos vínculos de los que los hombres siempre nos desentendimos y que con frecuencia nos llevaron a construir entre nosotros relaciones solo de competición o en el mejor de los casos de camaradería. De esas en las que, como los Rafas de la serie, nuestra obsesión es a quién le ponen el escalope más grande en el restaurante de toda la vida o de qué manera seguimos triunfando de cara a los demás. Y en las que parece que siempre necesitáramos un consuelo del tipo “Mick Jagger es ya bisabuelo”.


Publicado en THE HUFFINGTON POST, 17 de abril de 2022:https://www.huffingtonpost.es/entry/resines-y-rellan-en-la-edad-de-la-impotencia_es_6256a3f8e4b066ecde0dc8e6?6rr


 

 

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