Escuchar en directo a Silvia Pérez Cruz es una especie de ceremonia religiosa, en la que la música sustituye a las palabras de los jerarcas y en la que es posible ir, poco a poco, lentamente, como quien es conducido por un arcángel, separándose del suelo hasta alcanzar algo parecido a un cielo. En su garganta es como si habitaran todos los instrumentos posibles de cuerda y, a la vez, un lamento que es capaz de partir el aire en dos y, desde ahí, llegar al corazón de quienes la escuchan. Y así, atravesados todos por la flecha, es fácil dejarse morir y entender, aunque solo sean por unos instantes, que la eternidad solo puede ser la belleza. Resurrección, extraña forma de vida, Ai ai ai. Los gallos de pelea domesticados.
Desde que Silvia, como si fuera una especie de luciérnaga que tímidamente iluminaba el escenario, entonó las primeras estrofas de Cinco farolas, hasta que concluyó con la Estrella de Morente a la que ella le da una vuelta por su frágil cuerpo de mujer poderosa, la noche fue un recorrido por las mil músicas que esta mujer prodigiosamente hace suyas. Como si fuéramos fisgones en sus diarios y pudiéramos visitar con ella los países que la han marcado. Así es que como fuimos descubriendo que en Silvia habitan la copla, el fado, la música brasileña, el flamenco y hasta el movimiento de caderas de Shakira. Todo ello debidamente condimentado por un pecho en el que de repente parece rugir una orquesta para después, como si fuera un salto mortal, acoger el susurro de una nana.
Acompañada solamente por cinco instrumentos de cuerda, de los que los músicos que le acompañaban hicieron brotar la magia que la voz de Silvia reclama, la autora de la emocionante y vindicativa No hay tanto pan nos vistió de noche y volvió a demostrarnos una vez más que la emoción está ligada a la verdad que solo brota de quienes en el escenario se convierten en una especie de sacerdotisas. Y así, desde el púlpito pero sin aspavientos de diva, son capaces de hacernos rezar y de hacernos sentirnos muy pequeños ante la grandeza de lo que acontece.
Silvia Pérez Cruz, que es capaz de convertir el Aleluya de Cohen en una caricia que sana, y que en ocasiones parece una gitana nacida en Brasil, consigue lo que solo unas pocas logran: dejarnos completamente desnudos ante el escenario, despojados de todas las máscaras, dispuestos a ser vestidos por lo que brota de su garganta. Ese lugar del que surgen las canciones como si fuera pétalos que se desangran, heridas que dejan correr ríos de savia, granadas que nos pintan de rojo, también puñales que con su punzada nos recuerdan que estamos vivos.
Escuchar a Silvia Pérez Cruz es lo más parecido a habitar en un cielo imposible y descubrir que si dios existe solo puede tener su nombre. Y que el purgatorio es Operación Triunfo.
Vestida de nit, Teatro el Silo de Pozoblanco, 17 de marzo de 2018.
Fotos: Teatro El Silo.
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