He de confesar que fui uno de los deslumbrados por los excesos de Xavier Dolan, si bien me cautivaron más sus primeras películas - Los amores imaginarios, Tom en la granja - que aquéllas en las que posteriormente fue enrevesando su estilo - o la falta de él, podríamos debatirlo - y perdiendo la luminosidad que transmitían sus inicios. Laurence anyways me interesó mucho pero no me impactó tanto como las anteriores. Mommy me dejó a medias. Los peores presagios se adelantaban pues al estreno de su última película y, efectivamente, creo que es la obra menos lograda de este joven que desata pasiones encontradas y que no es tan "enfant terrible" como él mismo pretende vender. Solo el fin del mundo, en la que Dolan vuelve a sus temas de siempre (la familia, la madre, la culpa, los silencios, la homosexualidad), acaba siendo un artefacto en el que ni siquiera las formas son capaces de deslumbrar y, por tanto, de enmascarar el más o menos endeble contenido. La opción por contarnos la historia de una familia histérica a través de primerísimos planos de los protagonistas acaba siendo un experimento fallido, al que le falta al aliento poético de otras obras de Dolan y en el que no se cumplen los objetivos esenciales de un relato cinematográfico. De una parte, nos cuenta una historia mínima - la vuelta a casa después de doce años de un treinteañero para anunciar que va a morir - pero sin que el espectador acaba entendiendo el porqué de las actuaciones de los personajes - los cuatro miembros de la familia que lo reciben - y sin que por tanto seamos capaces de trenzar los hilos que nos podrían dar las claves del relato. De otra, la opción del director, y también la de un guión más que flojo, resta emoción y credibilidad, apenas logra transmitirnos el volcán de sentimientos que se supone que deben anidar en los pechos de los protagonistas. Todo se limita a una sucesión de silencios y de gritos, de enfrentamientos que no nos dicen apenas nada y de rostros de actrices y actores que parecen estar haciendo un tremendo esfuerzo - de método - por revelarnos lo que se supone que está sintiendo su personaje. Ni siquiera una actriz del enorme talento de Marion Cottillard salva la función ya que su personaje parece más un boceto que un ser de carne y hueso. Los otros tres miembros de la familia - interpretados de manera muy esquemática por Léa Seydoux, Nathalie Baye y Vincent Cassel - apenas son el eco de un grito cuyos orígenes no entendemos bien del todo.
Nos queda, eso sí, la mirada clara de Gaspard Ulliel, el joven escritor del que solo adivinamos parte de sus infiernos, de sus miedos y de sus luchas. Del que tampoco logramos comprender con exactitud su bondad o, mejor dicho, la pasividad ante las explosiones de quienes dicen quererlo bien. Queda apenas apuntados la relación tensa con su madre - "yo no te comprendo pero te quiero" -; el duelo con el hermano que bien podría ser, aunque solo lo intuimos, ese macho hegemónico y fracasado que convierte el rencor en silencios o puñetazos; la memoria de una infancia de campos y música (ni siquiera en este caso la magia de Dolan en la utilización de canciones inesperadas salva el naufragio); el amor incondicional de una hermana pequeña que parece la siguiente dispuesta a abandonar el nido. No nos cansamos, obviamente, de mirar y admirar su bello rostro, pero esa cara acaba por no decir nada, o al menos por no decir lo que uno espera cuando empieza la película.
Tal vez esta película venga a confirmar lo que muchos insistían en probar: que el genio de Dolan no es tal y que tan solo ha sido un espabilado constructor de imágenes seductoras en estos tiempos que van más allá del posmodernismo. Sin duda, este relato de, una vez más, las dramáticas relaciones familiares, le ha quedado muy por debajo del listón de otras producciones anteriores. No sabemos si su salto a Hollywood confirmará el vacío o le permitirá transitar por otros territorios. De momento, este Solo el fin del mundo solo ha dejado en mí el retazo de un bellísimo Louis y apenas las notas a pie de página de una historia a la que le sobran rostros y le falta alma.
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