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UN CANTO, KITSCH, A LA LIBERTAD SEXUAL

BEHIND THE CANDELABRA
Steven Sodebergh, 2012

Siempre me ha despistado el cine de Steven Sodebergh, el cual ha hecho buenas películas pero también  mucha mediocridad y mucha obra puramente alimenticia. Es siempre, en todo caso, un director de pulso firme y que sabe contar historias. No esperaba pues mucho de este telefilme que fue aclamado en el pasado festival de Cannes, aunque sí que me llamaba la atención la historia del pianista conocido como Liberace. Una vez disfrutada, sí que puedo afirmar que estamos, sin duda, ante una de las mejores películas del director de "Sexo, mentiras y cintas de video". 

La historia era en sí un puro diamante. Se trataba de contar la vida del pianista Liberace (1919-1987), conocido por el delirio kitsch de su puesta en escena ( y de su vida en general), incluido el candelabro artificial que nunca faltaba, y que siempre se empeñó en ocultar su más que evidente homosexualidad dejando que su publicista le buscara novias que nunca tuvo. Un material que podría haber llevado fácilmente al exceso, a la superficialidad de un telefilme vespertino o a un dramón con pretensiones de "buen cine". Nada de eso sucede con esta película. Sodebergh ha sabido usar el potente material biográfico del que partía y ha construido una historia equilibrada entre la comedia y el drama y con una recreación perfecta de los personajes. Consiguiendo finalmente el efecto más positivo de una buena película: que acabamos cogiéndoles cariño, comprendiéndoles incluso en sus miserias, sintiéndonos cómplices de su periplo vital.

BEHIND THE CANDELABRA nos muestra a un hombre exitoso, brillante, excesivo, pero que al  mismo tiempo es prisionero de sí mismo, de su personaje y, por supuesto, de su soledad. Es un hombre aparentemente libre, pero que sin embargo carece de la libertad necesaria para ser él mismo y sobre todo para entablar relaciones con los demás no condicionadas por su "personaje". La película se centra en la relación de Liberace con el jovencito Scott, con el que mantiene una historia que pasa por los diferentes grados del amor y del deseo y que, como era de esperar, acaba saltando por los aires porque es imposible vivirla en la cárcel de oro - tremendamente kistch - en la que el pianista vive encerrado. 

Los dos mayores aciertos de la película son, de una parte, cómo Sodebergh nos va contando esa historia sin caer en el melodrama ni en la obviedad, mimando y buscando todos los matices de los dos personajes principales; de otra, las interpretaciones de Michael Douglas y Matt Damon que dotan de autenticidad a Liberace y Scott, tarea nada fácil y en la que habría sido muy fácil, sobre todo en el caso de Douglas, caer en caricatura. Nunca me ha gustado especialmente este actor ni recuerdo especialmente personajes interpretados por él, pero en este caso consigue una interpretación sublime, impresionante, de esas ante las que uno no sabe bien donde acaba el actor y donde empieza el pianista.  A su lado, Damon aporta todos los matices de un joven primero deslumbrado  y luego progresivamente agobiado en una historia en la que pasa de ser amante y chico para todo a hijo adoptivo. 

Una película a ratos divertida, a otros amarga y que finalmente nos hace reflexionar sobre algo que puede resultar muy obvio: la necesaria libertad para poder construir relaciones verdaderas. De ahí que BEHIND DE CANDELABRA acabe siendo un canto a la libertad sexual, a la necesidad de quitarse máscaras y de rebelarse contra los personajes. Algo que finalmente Liberace no tiene más remedio que hacer cuando, al final de su vida, lo vemos postrado en una cama y sin la peluca que siempre llevó. Olvidado el candelabro artificial que siempre lo iluminaba en sus conciertos.

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