Se llamaba Leonora Carrington. Murió hace tres días, el 25 de mayo, en México, donde vivió la mayor parte de su vida tras pasar momentos durísimos en la Europa de la guerra y en la España del dolor.
Hace apenas unas semanas me terminé la novela que sobre su vida ha escrito otra mexicana grande: Elena Poniatowska. En ese libro, titulado simplemente LEONORA, descubrí a un personaje fascinante, una artista que no fue de este mundo, una mujer que luchó por ser ella misma y que compartió su vida con algunos de los hombres y mujeres más fascinantes del siglo XX. Escritora, pintora, escultora, surrealista. Desde pequeña fue una inconformista, una luchadora, casi perdió la cabeza no tanto por amor sino por ser ella misma. Como tantas otras mujeres.
Leonora es otra de esas muchas páginas de la historia que continúan en gran medida invisibles, ocultas, en un lugar secundario. Yo la descubrí hace apenas un mes gracias a una novela y ahora me llega la noticia triste de su muerte. Ella, que desde niña quiso ser un caballo, que se rebeló contra su familia, contra la sociedad de su época, que halló en México un lugar "surrealista" donde sobrevivir, representa un capítulo de esa enciclopedia que está por escribir. La que sitúe a la misma altura que sus colegas varones a tantas mujeres que tuvieron que hacerse un hueco en un mundo hecho por y para los hombres.
Paradójicamente, cuando Leonora ha muerto físicamente es cuando para mí ha empezado a existir.
Cuando Poniatowska recibió el Biblioteca Breve, comentó que dudaba que Leonora leyera la novela... Vino a decir, más o menos, que no le interesaba lo que se escribía sobre ella, sino -añado yo- vivir. Ganas de leerla, en todo caso...
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