
Turbadora, inquietante, hiriente, hermosa, punzante, misteriosa, apasionada... Todos esos adjetivos podría ponerle a CISNE NEGRO para decir, en fin, que es una obra de arte. Una de esas películas que te dan un zarpazo y te introducen en un laberinto: el de la magia del cine, del buen cine. Aronofsky ha conseguido un drama terrorífico sobre la ambición, sobre la búsqueda de la perfección, sobre los sacrificios que implica el arte.
Más allá del retratar el exigente y obsesivo mundo del ballet - la historia podría trasladarse también por ejemplo al deporte de alta competición o a cualquier ámbito profesional en el que haya vencedores y vencidos -, la película nos sitúa frente a una terrible constatación: detrás de la belleza siempre hay dolor, para generar arte es necesario sufrir, la perfección sólo se alcanza si abandonamos parte de nuestra estela de ángeles y nos dejamos llevar por el demonio que llevamos dentro.
La perfección, lo dice en una de las escenas el coreógrafo, tiene que ver con el descontrol, con lo inestable, con el riesgo. Sólo desde ese filo a veces sangrante pueden conseguirse las más altas cotas de belleza. Y, tal vez, sólo desde el lobo que llevamos dentro nos es posible convertirnos en artistas, en triunfadores, en dueños de nuestras vidas.
El arte tiene que ver con la pérdida de equilibrios, con ese salto en el vacío, con el sexo, con la muerte, con la sangre, con la ruptura de los cordones umbilicales. El arte no es posible sin el cisne negro.
Por eso Nina tiene que desplegar sus alas negras. Tiene que sufrir, sentir, clavarse la uñas en su cuerpo y masturbarse entre sus peluches. Sólo así, bañada en sangre, puede llegar a pronunciar las palabras finales: fue perfecto.
Junto al poderío visual que le otorga Aranofsky- y a esos sonidos que nos inquietan en la butaca y que son un protagonista más de la película -, CISNE NEGRO es NATALIE PORTMAN. Natalie hace cuerpo su personaje y se entrega como un animal sufriente, que se va hiriendo progresivamente y que nos mira como un cisne que va abandonando sus bufandas blancas. Hace años que me enamoré de Natalie. Cuando apenas era una niña, en aquella película en que también turbaba al treinteañero Timothy Hutton. Después de verla en esta película, tan frágil pero tan poderosa, sólo me queda caer rendido ante sus pies maltrechos de bailarina. Seducido, herido, muerto de amor.
A mi también me ha parecido una película inquietante, efectivamente hiriente. La película me provocó un desasosiego tremendo. Tiene momentos muy, muy fuertes y esos primeros, primerísimos planos, hacen que sea aun mucho más hiriente.
ResponderEliminarCreo que el director ha hecho un trabajo extraordinario. No se recrea en la parte de belleza sublime que tiene el ballet. Podría habernos tocado la fibra sensible con "ese paso a dos", con tutús y diagonales, pero no lo ha hecho. Efectivamente nos ha enseñado lo más cruel y tremendo del arte, lo que queda oculto a las candilejas.
Este sufrimiento de Nina refleja muy bien el sufrimiento de la creación. Cuando trabajas creando sobre la estética tienes momentos sublimes que efectivamente te hacen disfrutar como nadie, nadie que no trabaje es esto puede hacerse una idea de lo que es rozar la perfección. Pero al mismo tiempo, cuando no la tocas, la desazón que te produce esa sensación de fracaso, la angustia de la insatisfacción, te aboca a una tristeza infinita, también como nadie puede hacerse una idea.
Creo que la película refleja muy bien todo eso.
Y por supuesto, Natali borda el papel. Nadie con esa bellaza y esa fragilidad en la mirada lo hubiera podido hacer igual.