http://www.diariocordoba.com/, 17/01/2011 OCTAVIO Salazar
En este comienzo de año, y ante la perspectiva de unas elecciones locales que probablemente alterarán el color político de muchos ayuntamientos y confirmarán el triunfo de la derecha gracias a los deméritos de la izquierda, las ciudadanas y los ciudadanos deberíamos reflexionar sobre la crisis que está agrietando peligrosamente el sistema. Mucho más preocupante que la económica, la crisis que sacude los mecanismos de representación y, más concretamente, a nuestra clase política, amenaza con reducir a mínimos la calidad de nuestra democracia y con fomentar una progresiva "berlusconización" de la vida pública. Con la inestimable ayuda de unos medios de comunicación empeñados en sacralizar lo vulgar y en aplaudir el ruido, nuestra democracia ha ido perdiendo fuelle gracias a la cada vez más mediocres gobernantes y, en paralelo, a la ausencia de una masa crítica que reaccione frente a sus abusos. Nos hemos ido acomodando en nuestras poltronas de nuevos ricos y hemos convertido a Belén Esteban en la princesa de "El País". Todo ello mientras que Gran Hermano ocupa el espacio de CNN+ y que los políticos desean ser estrella por un día en "La noria". Y así, anestesiados, hemos ido renunciando al poder que nuestra voz habría de tener en el espacio público y ya ni siquiera somos capaces de movilizarnos frente a las barbaridades que todos los días se dicen en nuestro nombre.
La democracia difícilmente puede sobrevivir si la ciudadanía renuncia a controlar a quienes ejercen el poder y si carece de un músculo ético que le permita mantener en forma al cuerpo social. Nuestra indolencia, avivada por sindicatos subvencionados y por partidos convertidos en maquinarias oligárquicas, parece legitimar la continuidad de una casta política mediocre, profesionalizada y más pendiente de su ombligo que las inquietudes de sus representados. Solo desde este escenario tan alarmante es posible explicar por ejemplo las declaraciones navideñas de Juan Pablo Durán, según el cual el partido debe estar por encima de los cargos electos, o los movimientos producidos en el grupo socialista de nuestro Ayuntamiento.
Los simpatizantes socialistas de Córdoba llevamos años desubicados ante las actuaciones locales de un partido que se empeña en equivocarse, que renuncia a las energías que los sectores más progresistas de la ciudad podrían proporcionarle y que es excesivamente deudor de una estructura que favorece el mantenimiento de clientelas y la consolidación de unos líderes incapaces de generar confianza y entusiasmo. Tal vez porque han estado más pendientes de su propio lugar en la estructura que del proyecto ciudadano.
Este progresivo desastre, que mucho me temo alcanzará su peor expresión electoral el próximo mes de mayo, no es solo el resultado de una equivocada estrategia de partido o de los errores continuados de la cúpula dirigente. En dicho proceso todos tenemos un parte de responsabilidad. La tienen de manera singular los que han hecho de su militancia socialista un pasaporte para conseguir un nivel social al que profesionalmente les resultaría complicado acceder, pero también todos los militantes que cómplices guardan silencio, sonríen en las fotos y solo en pequeñas reuniones se lamentan de la deriva de su organización. Sin olvidar a los que desde nuestro respectivo ámbito social, y sin más compromiso que la identificación ideológica con un proyecto, hemos sido incapaces de generar una corriente crítica que ponga las bases para entender de manera distinta el socialismo en nuestra ciudad.
Por ello más nos valdrá aprovechar la perplejidad creciente, y sobre todo el cabreo acumulado durante décadas, para convertirlo en motor de cambio de un partido que debería correr mejor suerte en el escenario político cordobés. Todo lo demás solo contribuirá a darle alas a la derecha, a la izquierda trasnochada y a los que sobrados renuncian a aprender nuevas lecciones. Quizás porque desde la osadía que alimenta la ignorancia se niegan a asumir el dolor que implica la lucidez.
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