
03/01/2011
Flight to freedom
03/01/2011 OCTAVIO Salazar
La garceta está encerrada en un palacio suntuoso. Sus alas están plegadas, aunque atisbamos en ellas el deseo de volar. Parece avanzar guiada por sus ansias de libertad. Sus patas están dispuestas a saltar todos los obstáculos, sus ojos a olvidar la belleza de las habitaciones. Al fin parece haberse dado de cuenta de que ha vivido buena parte de su vida en una jaula de oro. Esa garceta, como explica Karen Knorr, la autora de la fotografía que ha ganado el último premio Pilar Citoler, representa el vuelo de muchas mujeres que llevan siglos luchando contra los barrotes. Son las mujeres de Rajastán pero también las de cualquier lugar del planeta. Las que en cualquier tiempo y espacio han vivido y viven sin conocer los cielos a que pueden llevarlas sus alas.
Pero esa garza también son todos los hombres que durante siglos han sido deudores de una masculinidad hegemónica: la dictada por el patriarcado, la que les ha obligado a ser héroes, la que ha condicionado los vuelos que podían emprender. Prisioneros de su vulnerabilidad oculta, de su violencia expresa y tácita, de la ansiedad que supone responder a un patrón que exige de manera constante mostrarse ante los demás y ante sí mismos como los dueños de la tierra.
Esa garza somos todos y todas. Los que nos creímos los reyes del mambo en años regidos por una ética y una estética de nuevos ricos, los que vivimos por encima de nuestras posibilidades y construimos palacios hipotecados para toda la vida, los que pensamos que siempre papá Estado podría resolver las consecuencias de nuestra mala cabeza. En fin, los que creyéndonos libres acabamos esclavos de nuestras miserias, repersentados por mediocres que nos reflejan y ahogados por el brillo efímero que permite una tarjeta de crédito.
Y al fin ese pájaro que parece dispuesto a emprender el vuelo aunque para ello tenga que renunciar a los almohadones de palacio es nuestra propia ciudad. Córdoba es esa garza que parece abrumada por tanta belleza, a la que le pesa el oro de las estancias y que con dificultades busca una ventana por la que escapar. La ciudad que genera y engorda monstruos de los que luego no sabe como desprenderse, la que apenas respira por el peso de la historia, la que engulle a sus propios hijos y parece mostrar orgullosa su peligrosa tendencia a la autocomplacencia. Una de las pocas ciudades que es capaz de elevar a los altares a Castillejo, Rosa Aguilar o Sandokán. La que no parece hartarse de sermones lanzados desde púlpitos eclesiásticos y laicos. La que no exige responsabilidades por tantos desmanes públicos y privados. La que deja que sea la Naturaleza la que derribe las construcciones que ilegales fueron amparadas por las instancias que pagamos entre todos. La ciudad cuyo mediocre club de fútbol, ahora en manos sicilianas, es la mejor imagen de un espacio en el que el tiempo parece ser como fango en el que quedan atrapadas las piernas de quienes se atreven a mirar por encima del pesebre.
La garza de Karen Knorr parece dispuesta a emprender un vuelo hacia la libertad. Sin mirar atrás ni dejarse seducir por salvadores. Ha descubierto que hay vida fuera de palacio y no está dispuesta a perderse por más tiempo la caricia del viento en su rostro. Esa garza valiente y rotunda debería ser la ciudad que despierta a 2011 con los ojos puestos en un futuro azul y europeo, a un cielo de patios compartidos. La capital que es capaz de elevarse sobre su memoria y convertirse en el centro del continente por obra y gracia de la palabra, la música y los diálogos. La Córdoba que al fin se libera de mesías interesados, de políticos mediocres y de inercias castradoras. La que despliega las alas convencida de que la cultura ha de ser el motor que la sostenga en un cielo contemporáneo.
* Profesor de Derecho Constitucional de la UCO 
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