Siempre fui de poco dormir. Ni siquiera de jovencito me recuerdo quedándome en la cama hasta las tantas. Con los años, las pocas horas que siempre dormí se han ido reduciendo, al tiempo que me he ido volviendo más exigente con las condiciones que necesito para dicha tarea: desde la oscuridad más absoluta a un silencio de tumba. Como además duermo en hoteles con frecuencia, para mí la noche acaba siendo una odisea en la que tengo relaciones nada pacíficas con las almohadas. Ni que decir tiene que me molestan tanto el ruido de los pequeños frigoríficos como la lucecita que toda la noche permanece encendida como el ojo del Gran Hermano. Por todo ello, entre otras razones, he celebrado la conquista de dormir en una habitación distinta a la de mi pareja. Con estos antecedentes, parecía lógico que la nueva novela de Isaac Rosa tendría en mí un lector seducido de manera inmediata, aunque me temo, una vez leída, que podríamos constituir una vasta cofradía quienes pasamos las n...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez