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QUERER

 


Una de las mayores dificultades para luchar contra el machismo y las violencias que genera es lo complicado que nos resulta verlo a los hombres. Hemos interiorizado a través de tantas herramientas socializadoras una cultura que, salvo que tengamos una mínima concienciación, apenas si vemos la punta de todo un iceberg que oculta, bajo la superficie, machismos cotidianos y agresiones que, a veces por tan rutinarias y aparentemente pequeñas, no llegamos a ponerle el nombre que merecen. Justamente por ello es tan importante la pedagogía de la igualdad que tiene que ver, entre otras cosas, con hacer visible lo invisible, con hacer público lo que durante siglos estuvo armarizado, con ponerle el nombre correcto a comportamientos y actitudes que naturalizamos y legitimamos sin cuestionar sus efectos negativos en otros y, sobre todo, en otras.

En esta tarea, que implica una ardua labor de aprendizaje y desaprendizaje, juegan un papel decisivo todos los instrumentos que pueden (re)educarnos y ayudarnos a resetear nuestro disco duro. Entre ellos, y de manera central en  este siglo de pantallas, los relatos audiovisuales, los cuales son esenciales para contar y para contarnos, para desvelar y  para revelar. En definitiva, para que nos resulte mucho más fácil, gracias a una historia y unos personajes, identificar comportamientos que tienen que ver con nosotros y con la manera en que todavía seguimos, por ejemplo, entendiendo las relaciones entre hombres y mujeres. De ahí el valor no solo cinematográfico, que también lo tiene y es superlativo, sino pedagógico que tiene la serie Querer, estrenada hace unas semanas en Movistar+. Alauda Ruiz de Azúa, que ya nos zarandeó con la imprescindible Cinco lobitos, vuelve a demostrarnos su poderío narrativo al contarnos la más invisible de las violencias sexuales. La que atraviesa un matrimonio en el que durante años ella ha estado acostumbrada a ser devaluada y negada. También, y muy especialmente, en todo lo relativo a su cuerpo y su sexualidad. Bastar con mirar y escuchar a Miren, la protagonista, para entender mucho mejor qué significa eso del consentimiento. 

El gran acierto de la directora, y de unas guionistas que han escrito un texto en el que no sobra ni una coma, es mostrarnos ese contexto sin aspavientos melodramáticos, poniendo el foco justamente donde hay que ponerlo. En la crudeza de las emociones, de las heridas, de los silencios y de los malos tratos. En la trama compleja y dolorosa de una familia en la que durante décadas un “diligente buen padre de familia” ha desplegado  su cola de pavo real y ha dejado claro, con pequeñas y grandes acciones, que él era el puto amo. Sin que le importaran los deseos, las necesidades o los dolores de su mujer. Asumido que para él los privilegios de varón eran a todos luces un derecho absoluto. Con la ayuda de una puesta en escena que contribuye a crearnos la sensación de una frialdad angustiosa, casi nórdica, la directora nos retrata, con mil matices, la asimetría establecida, el contexto clasista y machista que opera de escenario y la evolución también de Miren, que desde el silencio va caminando hacia la voz propia. Además, Querer tiene el gran acierto de mostrarnos cómo los hijos se sitúan en ese tablero de relaciones, y así comprobamos como cada uno de ellos digiere de manera diversa la tormenta que ha estallado en el hogar  aparentemente feliz. Un resultado que no sería posible sin el impecable cuarteto protagonista.

Querer es, sin duda, una de las series del año. Con solo cuatro capítulos, cuyos títulos – Querer, Mentir, Juzgar, Perder -  subrayan un itinerario narrativo y emocional - , consigue traspasarnos con el dolor que implica ponerle rostro y piel a aquello que eludimos en abstracciones o en cegueras comodonas. Una serie que todos los hombres deberíamos ver para empezar a ver aquello que con frecuencia negamos. Para que de una vez por todas aprendiéramos que no se trata de querer más sino de querer bien. Una revolución que comienza con darnos cuenta de cuánto de Iñigo, el padre, y de Aitor y Jon, los dos hijos, hay en nuestro cuerpo de hijos del patriarcado.


PUBLICADO EN EL NUMERO DE DICIEMBRE 2024 DE LA REVISTA GQ

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