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LA CULTURA, ESE AIRE QUE RESPIRAMOS

 

Mientras que por las redes sociales no dejaba de ver noticias relacionadas con cancelaciones y censuras, mientras que a mi móvil llegaba la movilización de profesionales de la cultura en defensa de su libertad creativa, como si estuviéramos viviendo una distopía en tiempo real, en Carmona un grupo de mujeres reflexionaban y debatían sobre la importancia de que su voz se escuchara. Sobre los obstáculos todavía presentes en su acceso a la autoridad, como si a estas alturas del siglo XXI  a ellas les siguiera faltando, en palabras de Celia Amorós, la completa investidura. Escritoras como Marta Sanz, Sara Mesa, Eva Pérez Díaz o  Laura Restrepo; periodistas como Pilar del Río o Mariola Cubells;  profesoras y pensadoras como Anna Caballé, Nuria Capdevilla o Mª Angeles Durán, fotógrafas como Gloria Rodríguez, cineastas como Laura Hojman, Remedios Málvarez o Rocío Huertas o editoras como Christina Linares coincidían en vindicar la radicalidad política de la creación, su valor como  nervio de la ciudadanía democrática. Ese espacio en el que debería dolernos que haya todavía tan pocas mujeres tomando la batuta, ¿verdad,  Beatriz González Calderón? De ahí la obviedad, que para muchos no parece serlo, de que las mujeres estén y sean escuchadas, participen y generen corrientes de pensamiento, remuevan conciencias y aporten sus vivencia al sentido de la belleza y la posibilidad. Todo ello a lomos de una genealogía que, en nuestro país, está llena de armarios y exilios, de silencios y excepciones, de hilos rotos y sábanas a medio hilvanar. La memoria como ese subsuelo desde el que construimos el presente y adivinamos el futuro. Las mujeres de España que, al grito de sororidad de María Lejárraga, se apasionan y no dejan pasar ni una. La memoria que se hace presente en un 2023 que empieza a dolernos demasiado.

Los cursos feministas que desde hace ya varios años organiza la Universidad Pablo de Olavide en Carmona, impulsados por mujeres que son potencia y compromiso (Amparo Rubiales, Mercedes de Pablos, Adela Muñoz, Blanca Rodríguez, Lina Gálvez), se han convertido en una suerte de espacio de celebración y de vanguardia, de reflexión y de entusiasta mirada colectiva hacia el futuro, de construcción conversacional de lo común. Unos cursos en los que no hay distancias entre ponentes y alumnado y en los que la clave es sumar y, más aún, multiplicar. Las matemáticas de la utopía. Una comunidad de aprendices que se resisten a dejarse vencer por el miedo y la melancolía. No podía haber sido más oportuno que justo en este mes de Julio el curso se abriera a las creadoras, a la cultura urdida por mujeres y en clave feminista, a la potencialidad de las artes como herramientas emancipadoras. Una de las mejores recetas, sino la mejor, contra esos bárbaros que no nos llegan de fuera, sino que están aquí, estaban aquí, en nuestro vecindario, en nuestras facultades, en nuestros parques. La imprescindible vacuna que nos puede salvar frente a virus que odian y que nos quitan el aire. El aire que respiramos. Eso es la cultura, como bien dice Antonio Monegal en un libro imprescindible en el que nos recuerda como sin ella lo común se hace añicos. Salud, educación, cuidados y cultura. El cuarteto del Estado social que no deberíamos dejar que nos arrebaten.

Dice Pilar del Río que “cada día hay más hombres que se dan cuenta de que el mundo con nosotras y nuevas y compartidas reglas será mejor que el mundo que heredamos con las reglas que nos hacían seres desiguales e infelices. A las mujeres y también a los hombres con sensibilidad, los mejores hombres”. Me gustaría ser tan optimista como ella, y en Carmona lo he sido al escuchar a  hombres que reconocen que sin las mujeres, sin la perspectiva de género y sin el feminismo ellos seguirían mirando la realidad con una miopía de dioptrías crecientes. Gracias a tipos como Pep Gorgori, Sergio Fernández   o Peio H. Riaño es posible confiar en que de una vez por todas, también nosotros, los dueños y señores,  nos demos cuenta de que esto es una cuestión de democracia, de justicia y derechos. De sostenibilidad y de porvenir. Todo lo que, por cierto, nos jugamos en una cita electoral, la del 23 de julio, a la que todas y todos deberíamos acudir con la armadura de la esperanza. A lo María Zambrano.

Estos días en Carmona, mientras que afuera seguían creciendo el ruido y amenazas, una red de mujeres con poderío me han recordado, nos han recordado, que la cultura, como dice Monegal, “nos sirve para entender y, en consecuencia, para cambiar. Es el terreno donde nos lo jugamos todo”.  Votemos pues desde este sentido de la responsabilidad. Con un pie en la memoria y otro en el futuro. Con el corazón rojo desbordado en el pecho. Conscientes de todo lo que nos jugamos y de los caminos que nos deberíamos desandar. Compartiendo ese bien, la cultura que, como bien dijera Antonio Machado, es el único que junto a la alegría no decrece cuando se comparte.  

 

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