Ir al contenido principal

BARBIE ES ELLA Y KEN SOY YO


Debo confesar que, de entrada, no tenía mucho interés en ver una de esas películas cuyos adelantos no había dejado de sufrir cada vez que iba al cine en las últimas semanas. Me daba la impresión de que trataba de un producto superficial y colorista, de esos con los que el cine norteamericano nos domestica a menudo. Sin embargo, la lectura de algunos análisis, sobre todo hechos por parte de mujeres críticas de cine, me animó a ir a verla. Además, entré en la sala con el ánimo muy arriba porque me alegró muchísimo ver, después de no sé cuánto tiempo, colas en las taquillas. Una experiencia que en los últimos tiempos cada vez se ha hecho más excepcional y que siempre me reconcilia con el poder del cine como ritual laico. Público de todas las edades, familias enteras y, delante de mí, dos de esos “nuevos padres” que, mochila al hombro, llevaban a un sus hijas y amigas, cada una con una Barbie en la mano, como quien va a un parque de atracciones. 

 

Mucho me temo que, sin embargo, la película de Greta Gerwig acabó aburriendo a ese grupo de niñas que no pasaban de los seis o siete años. Porque, afortunadamente, Barbieno es ni una película infantil, ni una recreación comodona y justificadora del universo capitalista y patriarcal que la lleva sosteniendo décadas, sino más bien todo lo contrario. Lo cual no quiere decir, claro está, que la muñeca o que la empresa que le saca rendimiento, Mattel, se haya convertido en la más feminista del mundo, sino que detrás de ella tenemos a una creadora con la suficiente inteligencia y compromiso como para haberle dado la vuelta a lo que podría haber sido un pastel indigesto. Es decir, la película protagonizada por una excelente Margot Robbie está más cerca de Barbijaputa que de un catálogo navideños de juguetes.

 

La directora de la estupenda Ladybird, con la ayuda en el guion de Noah Baumbach, ha construido una contundente fábula mediante la que deja al descubierto muchas de las miserias del mundo patriarcal que habitamos y cuestiona el espejo que han sido para tantas generaciones de mujeres las famosas muñecas. Envuelta en un imaginario cuidado al detalle, y con mucho de ese musical hollywoodiense que parece hacer más ligero el peso de la vida, Barbie nos muestra sin pudores, e insisto, bajo la apariencia de un cuento de esos que siempre dejan moraleja, cómo el mundo real, no el Barbilandia de los sueños de tantas niñas, ha sido siempre y continúa siendo en gran medida un mundo hecho por y para los hombres. El patriarcado, como dice el Ken interpretado por un brillantísimo Ryan Gosling, es cosa de hombres y de caballos. De poder y de cowboys. De potencia y usurpación de los espacios. De violencias, explícitas e implícitas, y de cultura transmitida de padres a hijos. De bibliotecas enteras construidas por, para y sobre nosotros. No sé lo que pensarían al ver la película los dos “nuevos padres” que vi en la taquilla  o los muchos hombres de distintas edades que había en la sala. Porque Gerwig nos retrata de cuerpo entero y plantea, incluso con cierta ternura en algún momento, la necesidad de que  los hombres superemos una masculinidad que nos obliga a ser como John Wayne. Desde que nacemos prisioneros de una puesta en escena que nos permite exhibir músculo ante los demás y en la que es esencial sentirnos parte de una fratría de iguales.  No se trata pues solo de una revolución social y política, que también – ahí está también en la película la vindicación del poder de las mujeres, hasta en clave constitucional – sino de una auténtica revisión personal e íntima que nos haga bajar del caballo y que nos humanice. Todo ello en un mundo por llegar en el que las mujeres, al fin, con todas las garantías, puedan convertirse en lo que ellas quieran, despojadas de la mochila donde conviven la culpa, el síndrome de la impostora, los tacones y una expectativas tan ambiciosas que siempre las condenan a la infelicidad.  Un mundo en el que al fin puedan emanciparse de una cultura que les obliga a tener los pies con la forma en zapato de tacón al tiempo que demuestran que son o que pueden ser tan inteligentes como nosotros (eso sí, sin que se les note mucho: ambición la justa). 

 

La Barbie de Greta Gerwig, que al igual que ya planteara en su más que estimable versión de Mujercitas, confía mucho en la sororidad de las mujeres y en las conexiones intergeneracionales, es, además de una que más que notable película, una historia que nos habla de lo que ocurre justo ahora. Del momento clave de nuestra evolución como humanos en la que el feminismo, al fin, está teniendo el poder de poner patas arriba muchas de las estructuras de poder que en muchos casos se revistieron con la supuesta magia del cuento de hadas. Los procesos que viven las Barbies en la pantalla son los que hoy, encarnados en cuerpos y mentes vivas, sacuden la realidad de mujeres y niñas, mientras que solo algunos, todavía muy pocos hombres, somos conscientes de que este cuento tiene que ver también con nosotros. Con ese Ken que todos llevamos dentro y con la cuadrilla de “Kens” que nos mantienen como dominantes, ya sea en Consejos de administración, en tribunales, en gobiernos, en campos de batalla, en las playas, a pie de obra o en los despachos de las productoras de cine. 

 

Ojalá mi hijo, con el que hacía tiempo que no compartía película en una sala de cine y que salió tan entusiasmado como yo, sea ya de esas generaciones que se rebelan contra los padrinos y los caballos. De esos hombres a los que no les importe asumir sus imperfecciones y que sean de verdad autónomos para no depender de mujeres que los sostengan y cuiden. De esos chicos que no busquen una Barbie pluscuamperfecta y dócil ni que asuman el amor y el sexo desde las claves de un heredero de Rambo.  Una lección de aprendizaje y desaprendizaje que, por cierto, bien le vendría a tanto machito-Ken que en estas semanas electorales ha querido salvarnos de la igualdad. Ojalá todos estos, singularmente los que no han conseguido el triunfo electoral que esperaban, tuvieran la cordura de ver la película de Gerwig como preámbulo de un profundo reseteado del disco duro. Aunque mucho me temo que continuarán prefiriendo mirarse en el cine sin mujeres de Nolan o en las misiones imposibles de Tom Cruise.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n