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LOS HOMBRES Y EL 8 DE MARZO

"También nos alegramos de la presencia de hombres porque, para ciertos asuntos, Elvira y yo somos poco ortodoxas. No nos parece mal que los hombres se unan. Nos parece estupendo, en realidad".
De esta manera, la escritora Marta Sanz, en su imprescindible 'Monstruas y centauras', uno de esos libros que todas y todos deberíamos tener en la mesilla de noche en estos tiempos de "cibermachismo", se pronuncia, al hilo de su relato sobre lo vivido el pasado 8 de marzosobre una de las cuestiones que generó más debate aquellos días.
Me refiero al papel de los hombres en la huelga feminista, nuestra presencia en las manifestaciones y, más allá de dicha convocatoria, el lugar que nos corresponde en la lucha de las mujeres.
Ahora que asistimos a un nuevo 8M, en el que lamentablemente siguen sobrando razones para salir a las calles a gritar contra la perversa alianza de patriarcado y neoliberalismo, alentada ahora por voces neofacistas y neomachistas, deberíamos aprovechar la que algunos han calificado como primavera feminista para tomar conciencia, de una vez por todas, de las múltiples injusticias que provoca un pacto social construido sobre el eje dominio masculino/subordinación femenina.
Ello implica, de entrada, asumir críticamente que todas y todos tenemos un machista dentro, incluso quienes llevamos ya un tiempo contemplándonos en un espejo que nos devuelve nuestro tamaño real, y que en consecuencia somos piezas de un engranaje que perpetúa la ciudadanía devaluada de las mujeres.
Por supuesto que son urgentes transformaciones políticas y económicas, sociales y culturales, para, a nivel global, llegar a un mundo que ponga la vida en el centro y que rompa con todas las jerarquías patriarcales sobre las que, a su vez, se sustentan el resto de las explotaciones.
Es decir, hace falta mucha acción transformadora que vaya más allá de los discursos, de las pancartas y de la formalidad de la ley. Necesitamos mujeres y también hombres feministas que cambien las estructuras de poder. No basta pues con asaltarlo, sino con superar el modelo que históricamente ha sustentado la primacía masculina, tal y como explica Mary Beard en 'Mujeres y poder'.
Por eso, cuando hablamos de democracia paritaria no lo hacemos sólo de la presencia de mujeres y hombres en las instituciones, sino también de que la toma de decisiones responda a otras prioridades y valores, y que se adopten con nuevos métodos y herramientas.
Pero esa acción pública e institucional, que debe dirigirse al meollo de los poderes que administran oportunidades y recursos, será insuficiente si no se acompaña de una revolución personal que nos permita a los hombres superar todo lo que de tóxico hay en una identidad construida sobre el dominio y la renuncia a la vulnerabilidad que todas y todos, como seres humanos, compartimos.
Éste debería ser el objetivo inmediato que, como hombres dispuestos al cambio, deberíamos asumir ante un 8M en el que, no lo olvidemos, el protagonismo vindicativo corresponde a las mujeres, es decir, a las que continúan sufriendo las consecuencias negativas de un modelo en el que nosotros hemos sido siempre independientes gracias a la dependencia de ellas.
Y para ello, queridos colegas, necesitamos, de entrada, escucharlas y aprender de su magisterio, reconocer su autoridad y sentirlas como equivalentes en todos los espacios.
Tras ese aprendizaje autocrítico, deberíamos convertirnos en correas de transmisión de la propuesta emancipadora del ser humano que representa el feminismo, de forma que consigamos que nuestros iguales entiendan que no se trata de una guerra contra nosotros, sino contra la construcción colectiva de la masculinidad.
Por eso, nuestra tarea esencial no será tanto la que asumamos el 8 de marzo,sino la que nos implique en una acción transformadora a partir del día siguiente. Es decir, la que consiga hacernos aliados no sólo de boquilla, sino sujetos empeñados sin tregua en que las costumbres del sol dejen de ser las que heredamos de los padres.
*Artículo originalmente publicado en el número de marzo de GQ España

Fotografía: Fernando Bayona

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