Hacía mucho tiempo que no veía tan abarrotada la sala principal de la Filmoteca de Andalucía en Córdoba, y mucho más tiempo aún que los títulos de crédito de una película provocaran un aplauso unánime y emocionado. Todo eso sucedió ayer noche. Mientras que la lluvia tímida nos recordaba el invierno en la calle, en la pantalla seres humanos nos contaban su lucha por un derecho humano fundamental. El derecho a la memoria, sin el que es imposible construir un presente de vida digna y mucho menos un futuro esperanzado, se nos narra en El silencio de otros con nombres y apellidos, con dolores que tienen rostro y, más hermoso aún, con el latido colectivo de todos aquellos y de todas aquellas que todavía siguen esperando que en este país sepultemos al fin el olvido.
Rodada a lo largo de seis años, y mostrándonos de manera muy didáctica el proceso iniciado en Argentina contra los crímenes de lesa humanidad cometidos en España durante el franquismo, el documental dirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar tiene la gran virtud de colocarnos ante el espejo, individualmente y como sociedad. Y ese reflejo nos incomoda porque nos muestra cómo la transición española a la democracia estuvo llena de grietas por las que dejamos escapar rostros y pesares, cómo 40 años después seguimos teniendo pendiente la construcción de un Estado constitucional sobre la memoria compartida y no sobre los silencios, o cómo los criminales han tenido un evidente amparo no solo en leyes cuestionables desde el punto de vista democrático sino también en representantes públicos que les han dado legitimidad al pasar página sin hacer justicia.
Tal y como muchos colectivos en toda España están intentando explicar desde hace años, cualquier persona, cualquier sociedad, cualquier comunidad, tiene un derecho fundamental a reparar los daños provocados por un pasado de tiros o, lo que es lo mismo, a una justicia que vuelva a situar la dignidad en el lugar del que fue desplazada por la fuerza de los ganadores. Toda una lección democrática que en este país no acabamos de aprender y que justo ahora es necesario reivindicar más que nunca ante quienes pretender derogar leyes que apenas han iniciado su recorrido. Porque solo así, es decir, haciendo posible que las cicatrices cierren, y no por venganza, sino insisto, por justicia, será posible poner las bases para que esta imperfecta democracia sea al fin el hogar de los y las diferentes. Un reto que exige compromiso y voluntad política, conciencia ciudadana y, por supuesto, un poder judicial y en general unas instituciones liberadas de los lastres que dejaran en los púlpitos los vencedores.
El silencio de otros, que nos llega a lo más hondo porque sabe combinar con inteligencia, pero sin sentimentalismos, los relatos individuales y la lucha colectiva, debería ser proyectada en escuelas, institutos, facultades, centros cívicos y, por qué no, en la sede de tantos poderes que parecen instalados aún en el silencio cómplice propio de aquellos que tienen mucho por lo que callar. Porque esta necesaria y dolorosa película nos está hablando de todo lo que nos dejamos por el camino y de toda la grandeza que podríamos alcanzar si al fin nos atreviéramos a mirar rostros como el de María, esa luchadora que pasó todo su vida esperando que "las ranas criasen pelo" y que murió sin haber recuperado los restos de su madre. Mirar de frente su rostro de mujer sabia y quebrada al mismo tiempo debería bastarnos para tomar conciencia de lo debido y para, en seguida, pasar a la acción. Nada más y nada menos que para sentir lo que sentimos en las lágrimas de esa otra mujer que, con más de 80 años, puede cerrar al fin el duelo por su padre asesinado. En su porte de elegante y digna ciudadana residen los argumentos más fértiles que podamos imaginar. Aquellos sin los cuales nuestra democracia seguirá siendo una especie de farsa, en la que reyes cómplices y fratrías impunes pretenden hacernos creer que el olvido es garantía de paz. El silencio de otros nos demuestra que realmente lo es de vergüenza y de injusticia. En fin, de uno de esos fracasos que deberían llevarnos a la ciudadanía a una inmediata rebelión.
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