Hace años, muchos años ya, que descubrí a Jorge Drexler gracias a esa hada madrina que es Ana Belén. Solo ella es capaz de hacer suya una rareza como "Era de amar", tan pequeña pero tan luminosa. El mar, amar, siempre amar.
"Era de fumar y reír
Era de saber esperar
Era de salir a buscar
No era una mirada cualquiera
Era de amar"
Gracias a esta canción, que aparecía en un CD en el que la madrileña nos invitaba a que la mirásemos, o sea, a que la amásemos, yo también empecé a amar al uruguayo. Desde entonces no he dejado de darle las gracias a Sabia - o sea, a Martínez - por haberle convencido de que dejara la medicina y se viniera a España a probar suerte con la música. Cuidar, cantar, sanar.
Después de que hace dos años nos dejara a todas y a todos entregados en aquel concierto tan íntimo que nos regaló en Cosmopoética, anoche Drexler se expandió bajo el cielo, se creció ante el desafío de verse en un espacio abierto y con cientos de personas entregadas, y nos volvió a demostrar que la música, como la poesía, es cuestión de saber hilvanar los ríos internos con los mares que desde afuera nos sacuden. El poeta de los movimientos, de los seres en tránsito, del amor que vuela en mariposas en papel, de las casualidades que generan vértigos y orgasmos, volvió a demostrarnos que pocos como él son capaces de seducir al respetable - hermosa palabra ésta - con su mezcla de ligón empedernido, listillo de la clase y vecino que en el ascensor puede decirte buenos días rimando. Su último trabajo, Salvavidas de hielo, que anoche recorrió casi al completo, es un ejemplo más de cómo el verdadero éxito está en el viaje, en la búsqueda de quimeras, en el reconocimiento de nuestra permanente necesidad de asilo. En el descubrimiento siempre abierto del adolescente que nunca ha abandonado al uruguayo que danza con la aparente timidez del que se ha aprendido aquello de los hombres duros no bailan. Bailar, dudar, viajar.
Jorge nos hizo bailar, haciéndonos ver que la cueva bien puede ser el útero de una guitarra rebelde, nos llevó de la mano de sus versos por las rutinas en las que habitualmente somos incapaces de ver canciones y, sobre todo, volvió a mostrarnos que el mejor Drexler, al menos para mí, es el que se olvida del espectáculo, se sienta en un rincón y nos cuenta la fábula del padre por casualidad, o sea, por amor.
Después de haber usado su estribillo - "Te quiero, te querré, te quise siempre, Desde antes de saber que te quería, Te dejo este mensaje simplemente, Para repetirte algo que yo sé que vos sabías"- para recordarle a mi amor que el móvil mantiene la llama encendida, hoy me gustaría usarlo para hacérselo llegar al que tantas veces, sin saberlo, me ha sanado. Al que ha sido, como lo fue anoche, faro con el que superar esos tantos segundos de oscuridad con los que la vida puñetera nos sacude. En fin, ese trovador que me ha enseñado a amar mucho más las tramas que los desenlaces. El único que a veces me alivia y me hace oler jazmines incluso en el invierno más desalmado.
Fotografía: Jordi Vidal, El Día de Córdoba.
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