Ir al contenido principal

LIAR: El depredador y las humilladas

Aunque su guión esté lleno de trampas, y abuse en ocasiones de golpes de efecto facilones, la serie británica LIAR, cuya primera temporada ya puede verse completa en HBO, es otro magnífico ejemplo de cómo las recientes producciones televisivas se atreven a poner el foco en las realidades que viven y sufren las mujeres. Liar nos cuenta el calvario que vive una profesora de instituto, Laura – una mujer autónoma, independiente económicamente, culta y suponemos que empoderada – tras ser violada por un atractivo médico, Andrew – un profesional brillante, un padre ejemplar, un seductor – en la primera y única cita que comparten. Y escribo bien calvario porque Laura deberá enfrentarse no solo a las consecuencias físicas y psicológicas de la agresión, sino también a todos los obstáculos que una sociedad hecha a imagen y semejanza de los privilegios masculinos le plantea cuando reclama justicia.
Además de apuntar muchas cuestiones que en el presente siglo nos enfrentan a dilemas éticos y jurídicos, como el enorme poder de las redes sociales y sus efectos a veces tan perversos, lo más interesante de Liar es cómo nos muestra la múltiple humillación que sufren las mujeres que han sido agredidas sexualmente. De entrada, y como es obvio, la que representan los daños físicos y sobre todo psicológicos provocados por la violencia ejercida sobre ellas. En un segundo lugar, la negación de su propia subjetividad, la cual hace que la mujer que la sufre tenga que pasar por un largo proceso de reconstrucción, de recuperación del “yo” aniquilado, de reencuentro con su cuerpo y con su alma. Y, en tercer lugar, las dificultades de la mujer agredida para ser creída en un contexto que parte de la presunción de verdad para el varón y que construye todo tipo de justificaciones para avalar lo que durante siglos ha sido la norma: la plena disponibilidad de las mujeres para satisfacer, a cualquier precio, los deseos masculinos. Junto a este evidente desequilibrio de género, la devaluación de la voz femenina, la negación de su autoridad y, por tanto, la necesidad de redoblados esfuerzos por parte de ellas para demostrar que no están locas, que no son unas histéricas, ni que persiguen sacarle partido a una situación que para muchos ha sido incluso alentada por la que no es sino víctima. Entre medias, la eterna cuestión de los límites de la entrega, es decir, el entendimiento cabal del “no” y la necesidad de evaluar de manera precisa cuando ha habido consentimiento y cuando no en una relación íntima.
Este múltiple proceso de humillación tiene su lógica contraparte en la pervivencia de una sexualidad masculina concebida en términos patriarcales y violentos. Justamente lo que representa Edward, el claro ejemplo de depredador sexual, del hombre que disfruta controlando y dominando el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, que se erotiza con su devaluación y que vive sus deseos como una pulsión irrefrenable que implica la suma casi infinita de víctimas. Ahí están Harvey Weinstein y tantos machitos de la industria cinematográfica como brutal referencia que en estos días nos demuestran que, además, estos impresentables viven y sobreviven gracias a la complicidad silenciosa de muchos.

Unos individuos que, por supuesto, cometen un delito pero cuyo perfil es mucho más complejo que el de otro tipo de delincuentes y que por supuesto no cabe equiparar a enfermos o desequilibrados. Son nada más y nada menos que los representantes extremos de un machismo que todavía en el siglo XXI continúa alimentando monstruos y provocando heridas y dolor en aquellas que caen en sus garras. Unos depredadores a los que solo podremos combatir con una radical apuesta por la igualdad y con la transformación feminista de nuestras sociedades.
Publicado en TRIBUNA FEMINISTA, 30 de noviembre de 2017:
http://www.tribunafeminista.org/2017/10/liar-el-depredador-y-las-humilladas/

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad ...

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía...

CARTA DE MARÍA MAGDALENA, de José Saramago

De mí ha de decirse que tras la muerte de Jesús me arrepentí de lo que llamaban mis infames pecados de prostituta y me convertí en penitente hasta el final de la vida, y eso no es verdad. Me subieron desnuda a los altares, cubierta únicamente por el pelo que me llegaba hasta las rodillas, con los senos marchitos y la boca desdentada, y si es cierto que los años acabaron resecando la lisa tersura de mi piel, eso sucedió porque en este mundo nada prevalece contra el tiempo, no porque yo hubiera despreciado y ofendido el cuerpo que Jesús deseó y poseyó. Quien diga de mí esas falsedades no sabe nada de amor.  Dejé de ser prostituta el día que Jesús entró en mi casa trayendo una herida en el pie para que se la curase, pero de esas obras humanas que llaman pecados de lujuria no tendría que arrepentirme si como prostituta mi amado me conoció y, habiendo probado mi cuerpo y sabido de qué vivía, no me dio la espalda. Cuando, porque Jesús me besaba delante de todos los discípulos una ...