Vivimos en un país, y no digamos en una ciudad, donde gastamos demasiado tiempo y energías en explicar y defender lo obvio. Es la sensación que he vuelto a tener estos días ante el revuelo causado por la moción que en defensa de la laicidad presentaron Ganemos e IU en el Pleno de la semana pasada. La polémica mediática, y no digamos el debate mantenido el viernes en Capitulares, demuestra que todavía en materia religiosa no hemos culminado la transición que iniciamos cuando murió el dictador. Somos muchos los convencidos de que ha llegado el momento de, entre otras cosas, reformar un artículo constitucional, el 16, que ha amparado durante más de tres décadas una confesionalidad más o menos encubierta del Estado y que tanto frenos ha puesto a la maduración democrática de la sociedad y sobre todo de las instituciones en materia de libertad religiosa. No me hizo falta más que escuchar al representante municipal de Ciudadanos, que me parece que está incluso más a la derecha del PP, para certificar cuánto nos queda por aprender en lo que respecta a la arquitectura de un espacio público en el que necesariamente han de convivir libertad, igualdad y pluralismo. Una suma de tres factores que solo tiene garantías de éxito precisamente en un marco laico. No se trata pues de imponer una moral relativista, ni de prohibir por prohibir, sino de garantizar que en el espacio construido sobre los valores compartidos sea posible la convivencia pacífica de todas y cada una de las cosmovisiones de la ciudadanía, sean sagradas o no. No se trata de un ataque a las creencias particulares, sino de la mejor garantía de ellas, y de por supuesto de quienes no solemos rezar a ningún dios. Lo cual ha de traducirse, por ejemplo, en un imaginario simbólico, festivo y, en definitiva, en un relato colectivo que sea capaz de integrarnos a todos y que por tanto no se identifique con las divinidades singulares de un sector, por más mayoritario que pueda ser.
En este inconcluso debate hay posiciones partidistas, como la del PP, que no me extrañan. Son coherentes con su ideario, aunque me llama la atención como reclaman la laicidad hacia el exterior –por ejemplo, en países dominados por fundamentalismos islámicos– y cómo se olvidan de ella en el interior. Me contentaría con que el PP, en este y en otros temas cercanos, se pareciera más a las derechas modernas europeas y menos a la que hunde sus raíces en el tardofranquismo. Ahora bien, lo que continúa asombrándome es la abstención del PSOE, especialista en traicionarse permanentemente con respecto a lo que yo entendí que eran firmes convicciones de la izquierda. Muy especialmente en Andalucía, y a diferencia incluso de otras Comunidades Autónomas, el PSOE continúa prisionero de una política “pastelera”, más propia de un régimen confesional, y de un miedo que me imagino tiene que ver con la pérdida de votos que se temen si dan el paso de actuar con coherencia. No les vendría mal, insisto, sobre todo a los socialistas andaluces, una visita al psicólogo que les ayude a superar una esquizofrenia que solo se explica desde el mayor peso que para ellos pueden tener en ciertos momentos las urnas que las convicciones.
La moción presentada y rechazada el pasado viernes no es que, como algunos llegaron a decir, fuera inconstitucional, sino que justamente contenía algunos de los puntos en los que debería traducirse el mandato constitucional de aconfesionalidad. El PP insistió en que no estábamos ante un tema urgente ni ante una demanda de la ciudadanía. Un argumento facilón que demuestra como el expartido de Barberá desconoce que en materia de derechos fundamentales no valen ni la urgencia ni las reglas del mercado, sino que solo cabe el compromiso firme y continuado con una comunidad de valores que son justamente los que permiten que cada uno ponga flores en el altar que prefiera.
Las fronteras indecisas,
Diario Córdoba, lunes 19-9-2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/obvia-laicidad_1079302.html
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