
La película se inicia con una potente escena en la que unas chicas musulmanas, ataviadas con un pañuelo que les cubre toda la cabeza, encuentran dificultades para recoger su título de bachilleres y reivindican el uso de esa prenda como una manifestación de sus creencias personales. Este comienzo nos sitúa ya ante el escenario en el que se nos plantea toda una reflexión ya no solo sobre el papel de la escuela pública sino también sobre la convivencia en unas sociedades cada vez más heterogéneas y, por lo tanto, potencialmente conflictivas. Una vez más, el cine francés nos deja muy claro el imprescindible papel que la escuela, en una lógica republicana, tiene en la educación de la ciudadanía y en la forja de unos valores comunes que permitan convivir a los diferentes.
En este caso, la maestra de historia que interpreta la siempre eficaz Ariane Ascaride propone al alumnado de su conflictiva y multiétnica clase hacer un trabajo sobre los niños y las niñas en los campos de concentración nazis. Lo que empieza siendo un proyecto que casi ninguno ve atractivo, y que genera además muchas tensiones entre los alumnos y las alumnas, acaba convirtiéndose en un pretexto perfecto no solo para conocer la historia sino también, y eso es lo principal, para que los y las estudiantes de Bachillerato se sientan interpelados racional y emocionalmente. Y de esa manera hagan el esfuerzo de encontrar, desde el pasado, todo lo que les debe unir en el presente y de lo que deben huir para que el futuro no repita errores.
El detonante que dará una vuelta de tuerca a los en principio indiferentes alumnos y alumnas será el testimonio del que fue un niño que sobrevivió a los campos de exterminio y que les contará un día en el instituto la historia de dolor que le arrebató a toda su familia. De esta manera, la corriente empática que generan las emociones se convierte en el instrumento que hará que chicos y chicas se entusiasmen por investigar uno de los episodios más crueles de la historia de la Humanidad, sin ser conscientes de que eso repercutirá también en sus propias vidas
La profesora de historia, sin ser una obra maestra, sin pasar de la corrección y el buen hacer del cine francés de carácter social, se convierte así en una estupenda muestra de lo que debería ser educación para la ciudadanía. Entendida no solo como una asignatura, sino como todo un talante sin el que el a escuela en democracia pierde todo su sentido y sin el que la democracia se vuelve frágil y vulnerable.
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