DIARIO CÓRDOBA, 11-2-2013
Cada vez que escucho a algún político decir eso de que en la actualidad tenemos las generaciones mejor preparadas de nuestra historia, no puedo por menos que sonreír escépticamente y asumir que no se trata más que de un socorrido eslogan que no por repetirlo mucho se convierte en verdad. Y ello sin necesidad de contrastar en el Salvados de hace dos domingos las bondades del sistema educativo finlandés con las miserias del nuestro. Me basta comprobarlo con medir el nivel de conocimientos y cultura que tiene el alumnado que cada año llega a las aulas universitarias, el cual, salvo honrosas excepciones, constituye la prueba más evidente del mayor fracaso de toda nuestra sociedad. Porque la responsabilidad última de los paupérrimos niveles que muestran todos los indicadores internacionales no es sólo del modelo educativo impulsado por los poderes públicos, que también, sino de todos los que participamos en los procesos de socialización.
En nuestro país no es sólo que la enseñanza se haya convertido en una permanente arma arrojadiza entre los partidos, o que las inversiones públicas nunca la hayan considerado prioritaria, sino que el problema más profundo radica en que nuestra sociedad no se ha tomado nunca en serio la tarea democrática que debería ser la educación de la ciudadanía. Y digo bien ciudadanía porque lo que un sistema público de enseñanza debería perseguir no es sólo transmitir conocimientos, sino también consolidar una ética cívica en la que los valores compartidos sean al mismo tiempo fundamento y límite de los particulares. Muy al contrario, lo que hemos consolidado en estos más de 30 años de régimen constitucional es una masa acomodaticia, escasamente comprometida con lo público y guiada más por sus preferencias y obsesiones individuales que por los intereses generales. De ahí que también, y sin que ello suponga restar un ápice de responsabilidad a la principal que tienen los profesionales de la política que nos gobiernan, todos hayamos sido en mayor o menor medida cómplices de la prórroga de un sistema al que tan bien le ha venido contar con más borregos que seres pensantes.
Por todo ello, creo que la tan ansiada regeneración del sistema debe pasar necesariamente, y junto a las urgentes reformas institucionales que deberían de hecho llevarnos a un nuevo pacto constituyente, por una apuesta radical por la enseñanza y la investigación como objetivos estratégicos sin las que nuestro futuro está herido de muerte. Una apuesta que debe suponer una inversión, cuantitativa y cualitativa, de los poderes públicos, pero también de todos los miembros de una sociedad que debemos replantearnos cuestiones tales como el papel social de las familias o la revisión de los tiempos de forma que sea posible la efectiva conciliación de la vida familiar y laboral, además de darle la vuelta a una escala de valores en la que hasta ahora parecen haber cotizado bien poco el esfuerzo, la solidaridad o la búsqueda de la excelencia. Un escenario que se ha convertido en el caldo de cultivo idóneo para el individualismo, las corruptelas y las picarescas, así como para el desarrollo de una clase política crecida en vicios que escapan al control de los representados. El cóctel perfecto para que, ante una crisis económica como la que nos azota, el emperador, que al final somos todos, se quede con las vergüenzas al aire.
En consecuencia, y ante la indignación improductiva, la respuesta obviamente debería ser más democracia, pero no cualquier democracia, sino la que se nutre de valores republicanos como la deliberación pública, la educación cívica y la libertad entendida como no-dominación. Mientras que no apostemos por ella desde la misma ciudadanía, tanto tiempo anestesiada por el sueño del progreso, continuaremos en manos de los listos de la clase y corrigiendo exámenes llenos de faltas de ortografía. Las que llenan los cuadernos en que un día creímos escribir la novela de nuestras vidas.
Como casi siempre, palabras duras pero hermosas; urgentes pero reposadas; críticas pero esperanzadoras; rugientes pero anhelantes; íntimas pero comunes.
ResponderEliminarComo casi siempre, gracias Maestro por esas palabras y por tantas cosas.