Como tantas veces y tan bien ha explicado Gustavo Martín Garzo, los cuentos tradicionalmente considerados infantiles encierran lecturas mucho más complejas. En ellos residen todas las debilidades, los vicios y las pasiones del ser humano. Y sobre todo en ellos es fácil encontrar siempre el rastro de la vulnerabilidad humana, el miedo, la angustia de vivir, la muerte como parte de la vida, la enfermedad y el desarraigo. Hay pues entre sus páginas mucha oscuridad, crueldad incluso, las agudas y punzantes aristas que nos condenan. Porque todos somos al fin como esas princesas que duermen esperando un galán que las despierte, o todos hemos sufrido una madrastra o padrastro que nos ha jodido la vida, o incluso hemos esperado que con una palabra mágica se abriera una puerta clausurada con mil cerrojos. De ahí que en buena medida la literatura, y otros espacios narrativos como el cine, no hacen sino recrear, extender y entretejer los laberintos ya presentes en esas piezas pequeñas, sutiles, artesanales, que son los cuentos mal llamados infantiles.

Y como el guionista y director es un tipo muy inteligente sabe jugar con los referentes y con los tópicos, hasta el punto de que a muchos les da la vuelta. Así, esa vuelta de tuerca que supone ver a una mujer triunfando en los ruedos es mucho más que una venganza personal. Se convierte en una estocada valiente. La perfecta jugada con la que rematar una película que, junto a todo lo anterior, es sobre todo una película de mujeres. La abuela, la madre, la madrastra, la hija. El espacio privado como lugar de los grandes amores y de las grandes tragedias. Las heroínas silenciosas y las luchadoras no reconocidas. Rostros de mujeres que no hace falta que hablen. Prodigiosas actrices que nos miran y nos hieren (Angela Molina, Maribel Verdú, Macarena García, esa niña increíble...). Esta película es de ellas. De las que en todos los cuentos andan perdidas por los bosques, o esperando el amor, o vengando sus dolores lejanos. Las que limpian la porquería de los gallineros y las que son por y para los hombres. Las protagonistas de coplas como las que canta Silvia Pérez Cruz en una banda sonora mágica. Que hasta puede olerse y palparse. En cada fotograma de una película que, paradójicamente, y pesa a tanto aparente artificio (el cine siempre es mentira), transpira autenticidad. La que reside en los pliegues de los cuentos que siempre nos llevan a un bosque en el que rezamos para que no caigamos en las manos de un ogro.
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