Ir al contenido principal

LA SEMILLA DE LA HIGUERA SAGRADA. Ellas son la grieta.


"Lo importante es seguir creyendo en los derechos humanos"

M. Rasoulof 

Fue singularmente angustioso ver La semilla de la higuera sagrada justo la tarde anterior a la toma de posesión de Trump como presidente de los Estados Unidos. No puedo evitar, supongo que como muchos y muchas, sentir que estamos al borde de un precipicio, en un cambio de guion de esos que en la historia nos sitúan de nuevo, una vez más, en la urgencia de reclamar a gritos eso que Hannah Arendt llamó “el derecho a tener derechos”. En un momento en el que vemos cómo los Estados dejan de ser esa garantía férrea de nuestra dignidad, de nuestros espacios de autonomía y libre pensamiento, de las conquistas que tantos siglos costó ir alcanzando, la película de Mohammad Rasoulof es el doble y el triple de inquietante. Porque aunque lo que nos muestra es la dramática realidad de Irán al mismo tiempo nos está hablando del peligro de deriva de todo un mundo que nos amparó a través de los Estados de Derecho y nos advierte, con su juego perverso a mitad de camino entre el drama familiar y el thriller, de cómo las enredaderas del poder autárquico van atrapando todas y cada de nuestras esferas. Las enredaderas del fanatismo que son como las de la higuera. Devoradoras de cualquier organismo libre. El terror que tiene nombre de patriarca.


La historia que nos propone Rasoulof, que en mayo fue condenado en su país a 8 años de cárcel, 20 latigazos y la confiscación de sus bienes, y que ahora vive en Alemania, va más allá de relatarnos el proceso de resistencia y rebelión vivido en Irán en 2022 a partir de las protestas causada por la muerte de la joven Masha Amini, tras su detención por llevar mal puesto el velo. A través del microcosmos de la familia protagonista, encabezada por un juez-patriarca que representa la autoridad dentro y la complicidad con el poder fuera, nos va mostrando cómo poco a poco se gestan la coacción, el miedo y todas esas heridas que son consustanciales a los contextos donde no caben las libertades individuales. Con una cámara que potencia los momentos en los que los cuerpos hablan – la escena de la cura de las heridas del rostro de la joven amiga de las chicas protagonistas, el cuidado de la esposa sobre el rostro y el cabello del marido, el dolor seco y punzante de los interrogatorios casi terroríficos -, y con la inteligencia de usar los móviles como herramienta que abre ventanas y que permite romper los discursos oficiales, el relato nos va introduciendo en una espiral angustiosa en la que asistimos no solo al desvelamiento del verdadero rostro del varón/padre/juez sino también a la progresiva toma de conciencia de la madre. Najmeh es sin duda el personaje más interesante de la historia porque asistimos con ella a todo un arco de emociones, de tensiones y de contradicciones también. Las propias de una mujer educada para ser parte del sistema y que, en su condición de madre, acaba reconociendo en sí misma y en sus hijas los efectos brutales de ese dominio estructural que tiene nombre de dios. De dios hombre, por supuesto. La interpretación de Sohelia Golestani es de esas que se clavan en tu pecho y te lo agujerean hasta convertirlo en un colador.

¿Cuándo tendré yo mis propias reglas? Es éste casi el grito revelador, con “v” pero también con “b”, de la joven que tiene clarísimo que no desea vivir bajo un régimen, el de afuera y el de su casa, donde ella no tiene voz ni voto. En el que solo le queda asumir, como si fueran dogma de fe, las normas dictadas por otros. Puro y duro patriarcado que, en alianza con las divinidades, celestiales y terrenales, continúa siendo hoy por hoy la higuera más destructiva a la que nos enfrentamos. Menos mal que, tras casi tres horas de angustia, la película apuesta por la esperanza. Por la posibilidad del desmoronamiento de los púlpitos que habitan los monstruos. Por la descomposición progresiva de quienes son juez y parte de los abusos. Una tarea tal vez abrumadora pero que es, sin duda, el horizonte utópico de este siglo. La semilla de la higuera sagrada, con su casi insoportable puesta en escena y sus rostros que se agitan entre la desesperación y la rebeldía, apuesta, al fin, por una cierta esperanza. Justamente la que representan Sana y Rezvan(encarnadas con potencia y luminosidad por Setareh Maleki y Mahsa Rostami), y con ellas también su madre. Ellas son la grieta que puede hacer que el muro pierda consistencia y hasta que acabe hundido en sus miserias. Un puño de varón reducido a la insignificancia del polvo y la ruina. Ellas, hoy por hoy, las principales víctimas de los regímenes que convierten en dioses a los hombres, son la únicas capaces de hacer que la higuera se seque definitivamente sin necesidad de parábolas bíblicas.


PUBLICADO en el Blog Quién teme a Thelma y Louise, Cordópolis:

https://cordopolis.eldiario.es/blogopolis/blogopolis-quien-teme-a-thelma-y-louise/semilla-higuera-sagrada-son-grieta_132_11978650.html

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad ...

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía...

SÍ, TODOS LOS HOMBRES

  Llevo años trabajando con hombres jóvenes y no tan jóvenes en cuestiones relacionadas con igualdad, y muy especialmente en tratar de hacerles ver la conexión que existe entre la cultura machista y la violencia. La violencia en general y, de manera más singular, las que sufren las mujeres. En la mayoría de los casos siempre me he encontrado con una tendencia a enfocar esta realidad como si fuera algo externo a ellos, algo que les pasa a otros. Esos “otros”, no ellos, que son los machistas y no digamos los violentos. Salvo excepciones, les cuesta admitir que a diario todos reproducimos machismo y que hemos sido socializados de tal manera que nuestra identidad se ha construido sobre una cultura de dominio, de relevancia pública y de subjetividad y autonomía incontestables. Un paradigma que, a su vez, necesita del que concibe a las mujeres con un estatus inferior al nuestro, además de como   permanentemente disponibles para satisfacer nuestros deseos y necesidades. Justamente es...