Todas las personas que escribimos lo hacemos para que nos quieran. O para sentirnos menos solos. O para no caer rendidos ante la incertidumbre tóxica que supone saberte un ser raro, extravagante, monstruoso incluso. Hay en el hecho de escribir, que acaba siendo como una explosión de incalculables consecuencias, un ansia de tender puentes, de traducir lenguajes ajenos, de saltar a camas en las que sentir que nuestra piel nos abandona y cubre el cuerpo de otros. Justamente por ello no deja de ser hasta cierto punto paradójico que el primer poemario publicado por Carlos Asensio se titule Dejar de ser , en flagrante contradicción con lo que supone poner negro sobre blanco que no es otra cosa que seguir siendo pese a nuestras miserias. Este libro, que como señala el Niño de Elche en el prólogo, es una especie de “constelación poética”, nos muestra con tacto pero sin renunciar al desgarro ese filo en que se encuentra el autor, y en el que muchos lectores como yo han podido reconocerse. El...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez