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PALABRAS PARA UN NUEVO CURSO


Donde habita el futuro

Diario CÓRDOBA, 12/09/2011

Cada septiembre tengo la sensación de que la vida me da otra oportunidad y que los días crecen en anchura. Todo huele a un desayuno apresurado que anuncia jornadas de multiplicaciones y predicados. Como si volviera a la niñez, me siento aprendiz de todo y me dejo sorprender por los verbos que voy descubriendo en el diccionario. Me gusta dejar abiertos los balcones de mi dormitorio para que entre el sonido de las ruedas de las mochilas nerviosas, el de los compañeros que vuelven a encontrarse, los llantos de los más pequeños y las risas de los que saben más por mayores que por diablos. Me gustaría que el patio del colegio de mi calle entrara por las ventanas y convirtiera toda mi casa en un aula con mapas colgados en las paredes.
Cada septiembre quisiera volver a la escuela y dar las gracias a todo lo que me enseñaron mis maestros y maestras. Hacer un viaje imposible en el tiempo y ser niño con la mirada que ahora tengo. Y compartir con ellos y con ellas, de igual a igual, lecciones de sociales, análisis gramaticales y problemas de matemáticas. Y las horas, todas mis horas, para las que me ofrecieron herramientas y equipaje. Esas que siempre me salvan de naufragar en una isla sin Viernes.
Por todo ello, y muy especialmente en este final de verano que duele en los bolsillos, me cuesta tanto admitir que todavía haya muchos y muchas que pongan en duda el trabajo de los/las profesionales de la enseñanza. Me duele comprobar que en este país aún no se valore adecuadamente el valor de la educación y el papel del profesorado. Porque una democracia que no mima su sistema educativo es una democracia herida de muerte. Y lo es porque hará aguas por su lado más sensible: el de los pilares del edificio, el que mira hacia el futuro, el único capaz de multiplicar talentos y alimentar capacidades.
En estos malos tiempos para unas políticas empeñadas en la igualdad de la ciudadanía, mucho me temo que algunos empezarán a encontrar soluciones en los recortes de derechos sociales, en la negación de las bondades de lo público, en la sumisión vergonzante a los dictados del mercado. En medio de esta tormenta, la educación, por ser el viento que mantiene viva la llama ciudadana, debería estar al margen de unas luchas que, lamentablemente, se reducen a una mezcla cínica de intereses partidistas y cotizaciones regidas por la ley de la selva. Y sus profesionales deberían ser valorados, ahora más que nunca, como los poseedores de la única magia capaz de transformar en porvenir el fango en el que la crisis nos atrapa.
En los más de 30 años de sistema constitucional, nuestros partidos no han sido capaces de convertir la educación en "asunto de Estado" y la sociedad no ha hecho el esfuerzo de asumir que sin ella está condenada al fracaso. De ahí la falta de reconocimiento, económico pero sobre todo social, de unos/as profesionales sin los/as que sería imposible empezar septiembre. Y de ahí también la sucesión de leyes y modelos que han condenado la educación pública a una cenicienta chuleada y que ahora corre el riesgo de perder para siempre el zapato que los neoliberales entienden que debería ser de plástico en vez de cristal.
Justo ahora, en este siglo de incertidumbres y déficit cero, sería el mejor momento para apostar de manera radical por una educación pública de calidad, libre de recortes y compraventas. Compromiso cívico desde el que ganarle la batalla a los piratas. Vitamina sin la que la democracia acaba convertida en un cuerpo sin alma y en un calendario sin septiembres. Ese que parecen tener en su cartera muchos de nuestros representantes y muchos padres y madres que siguen pensando que el colegio es solo una guardería.

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