"Las barricadas misteriosas" es el título de una pieza del músico François Couperin, uno de los grandes clavecinistas del XVII, usada por Malick en su última película (http://www.youtube.com/watch?v=avMIRubcGVY. Dicho título nos sirve a la perfección para adentrarnos en los interrogantes que el cineasta se plantea en "El árbol de la vida" y a los que, como buen creador, no ofrece respuestas ciertas sino hilos de los que tirar y con los que es posible herirse, emocionarse, reconocerse.
Malick vuelve a hacer piruetas con las imágenes, se salta reglas y nos desafía con una historia que encierra una mirada filosófica, religiosa incluso, sobre el sentido de la vida, sobre su origen y su final, sobre el papel de un posible dios en el devenir de nuestros días. Y todo eso lo cuenta a través de una sucesión de episodios que nos muestran la vida de una familia americana de los años 50 a través de la mirada de uno de los hijos, Jack. Con él recorremos juegos, castigos, miradas, preguntas, celebraciones y lágrimas. Contadas con un simple movimiento de cortinas, con un diálogo de dos frases, con imágenes siempre de una belleza dolorosa.
Malick se empeña en mostrarnos dos posibles caminos en la difícil aventura de encontrarle sentido a la vida: el de la Naturaleza, representado por el padre, y el de la Gracia, encarnado por una madre que parece una criatura divina, capaz de sacrificar todo en nombre de un epílogo que justifica las heridas y las renuncias.
Pero, por encima de sus intenciones filosófico-religiosas (Heidegger está al fondo), lo que más me ha interesado de la película es el perfecto retrato que hace de un orden patriarcal que, de alguna manera, pretende ser en sí mismo reflejo del universo.
El que provoca en su hijo Jack sentimientos de rechazo que le lleva a decir cosas como: "Es tu casa. Expúlsame cuando quieras. Puedes hasta matarme si quieres". Un hijo que busca insistentemente al Dios del que le habla su madre y al que le pide que... "por favor, mátalo, sácalo de aquí..."
La madre (Jessica Chastain), por el contrario, es la dulzura, el amor, la entrega, la sensibilidad. La vemos acariciando a sus hijos, cuidándolos, llorando cuando llega el dolor. Es la que da la vida y la cuida. La que siempre está en casa, esperando al padre que llegue para bendecir la mesa. La que se define no por lo que hace sino por lo que es mientras que su marido viaja hasta China. La que, cuando el patriarca no está, hace con sus hijos del hogar un espacio de libertad, de juegos y de risas.
Por todo ello y por mucho más la última película de Malick es, más que una experiencia estética (a la que mucho ayuda la maravillosa música original de Alexader Desplat y todos los préstamos de otros autores como Preisner), que también, una encrucijada ética construida con los materiales sencillos de nuestras vida cotidianas (en este sentido, me ha hecho recordar la Trilogía de los Tres Colores de Kieslowski). Por eso tiene la capacidad de no dejar indiferente y, en el mejor de los casos, de provocar una revolución emocional de la que yo seguramente tardaré días en recuperarme.
Malick vuelve a hacer piruetas con las imágenes, se salta reglas y nos desafía con una historia que encierra una mirada filosófica, religiosa incluso, sobre el sentido de la vida, sobre su origen y su final, sobre el papel de un posible dios en el devenir de nuestros días. Y todo eso lo cuenta a través de una sucesión de episodios que nos muestran la vida de una familia americana de los años 50 a través de la mirada de uno de los hijos, Jack. Con él recorremos juegos, castigos, miradas, preguntas, celebraciones y lágrimas. Contadas con un simple movimiento de cortinas, con un diálogo de dos frases, con imágenes siempre de una belleza dolorosa.
Malick se empeña en mostrarnos dos posibles caminos en la difícil aventura de encontrarle sentido a la vida: el de la Naturaleza, representado por el padre, y el de la Gracia, encarnado por una madre que parece una criatura divina, capaz de sacrificar todo en nombre de un epílogo que justifica las heridas y las renuncias.
Pero, por encima de sus intenciones filosófico-religiosas (Heidegger está al fondo), lo que más me ha interesado de la película es el perfecto retrato que hace de un orden patriarcal que, de alguna manera, pretende ser en sí mismo reflejo del universo.
The father`s way vs. The mother`s way
El padre, interpretado por Brad Pitt, es severo, castrador, duro. Les enseña a sus hijos a pelear, a no que no queden paralizados nunca, a respetar el orden que él representa y administra. "No puedes decir no puedo", "Ten confianza en que lo que tu padre te dice es lo correcto".
Es un padre sancionador, al que sus hijos admiran por el trabajo que realiza, por su firmeza, por su heroísmo: "no me llamarás papá. Me llamarás padre". Raramente expresa sus emociones: ni siquiera cuando el dolor rompe la serenidad familiar. En el durísimo trance de la muerte de un hijo, él continúa manteniéndose firme, como una roca, ni siquiera necesitado de los demás. “Estamos bien”, le dice a una vecina que ha ido a consolar a la esposa, indicándole que se vaya, que no necesita su apoyo. El padre que, pese a todo, necesita también sentirse querido y que en otro momento de la película le pregunta a uno de sus hijos si lo ama. El que siente fracasado cuando cierran la fábrica en la que trabaja. El que educa para el éxito y la autoridad: "que seas fuerte y que crezcas siendo tu propio jefe".

La madre (Jessica Chastain), por el contrario, es la dulzura, el amor, la entrega, la sensibilidad. La vemos acariciando a sus hijos, cuidándolos, llorando cuando llega el dolor. Es la que da la vida y la cuida. La que siempre está en casa, esperando al padre que llegue para bendecir la mesa. La que se define no por lo que hace sino por lo que es mientras que su marido viaja hasta China. La que, cuando el patriarca no está, hace con sus hijos del hogar un espacio de libertad, de juegos y de risas.
Corrobora todo lo anterior la página web promocionada al estrenarse la película y que responde al llamativo título de “two ways through life”, www.twowaysthroughlife.com en la que vemos la pantalla – y la Tierra – dividida en dos mitades que responden a dos significativos enunciados: the father`s way y the mother`s way. Mediante una selección de escenas de la película, acompañas de frases cortas pero contundentes, se nos dibujan dos maneras distintas de entender la vida. Es decir, se nos marcan una serie de pautas de lo que sería la identidad masculina y la femenina. En el apartado del “padre”, aparecen frases tan rotundas como “el inocente no tiene defensa”, “si alguien te golpea, ¿te le devuelves el golpe?”, “su padre volvía de sus viajes”, “él vuelve hacia su madre después de hacer cosas para su padre”, o un significativo interrogante – “¿todo un caos?” – con el que se nos parece mostrar a donde ha llegado un mundo hecho a imagen y semejanza del varón. Un mundo en el que “un gran asteroide choca contra la tierra”.
Por el contrario, en el apartado de la “madre”, nos encontramos a Jack adulto caminando por un desierto – el hombre adulto perdido en su masculinidad -, al niño que admira a su padre, que descubre otro espíritu en su hermano y que aprende, gracias a su madre, que “no sólo la competición, sino también la cooperación, juegan una parte importante en el desarrollo de la vida”. Y frente a los golpes y la violencia masculina, una enseñanza fundamental para la vida: “no se endurecen manteniendo su rigidez”.
Dos principios pues, el masculino y el femenino, girando en la rueda de la vida, en la que aparece como centro el pie pequeño de un niño recién nacido. El patriarcado como orden estructurador de la familia y de la educación, de las relaciones personales, cauce socializador y, al fin, generador de otros muchos interrogantes y dolores. Las mujeres como sostén de la vida y la ternura: las grietas por las que hace agua un orden que provoca malestar e injusticia, caos y violencia.
"La única manera de ser feliz es amar"
Lo dice la madre. La golpeada y la silenciosa. La que pierde a un hijo y teme que los otros acaben vivos pero desubicados. La que camina por la playa final en un intento de demostrar que la única salvación posible, la única eternidad, viene a través del amor. La ternura ganándole la partida a los golpes. La única forma de destruir las barricadas misteriosas que nos impiden ser del todo felices.
.... Por todo ello y por mucho más la última película de Malick es, más que una experiencia estética (a la que mucho ayuda la maravillosa música original de Alexader Desplat y todos los préstamos de otros autores como Preisner), que también, una encrucijada ética construida con los materiales sencillos de nuestras vida cotidianas (en este sentido, me ha hecho recordar la Trilogía de los Tres Colores de Kieslowski). Por eso tiene la capacidad de no dejar indiferente y, en el mejor de los casos, de provocar una revolución emocional de la que yo seguramente tardaré días en recuperarme.
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