La familia es un ecosistema en el que conviven heridas, silencios y deudas pendientes, siempre en un complejo equilibrio en el que los afectos amortiguan (no siempre) las tensiones. A estas alturas de la historia no hemos sido capaces de inventar – tal vez porque nos falta valentía, tal vez porque el sistema nos tiene domesticados – otra manera de sostener los vínculos, las dependencias y los cuidados. De alguna manera, seguimos siendo prisioneros del contrato matrimonial y sus efectos, como si no hubiéramos sido capaces de liberarnos de la “diligencia del buen padre de familia” a la que alude todavía nuestro Código civil. Es pues la familia un territorio para la novela y para el drama, también para la comedia, en general para narrar historias en las que me temo que siempre andamos arrastrando nuestros propios fantasmas. Puede incluso que muchos creadores y muchas creadoras no hagan sino otra cosa que hablar de su familia y de la casa en la que vivieron la infancia, esa patria que a
Hay muchas cosas en la primera película como directora de la actriz Paola Cortellesi que me incomodan. Algunas me recuerdan, para mal, a otra película italiana exitosa, La vida es bella , con la que nunca logré conectar emocionalmente y que siempre me dejó la duda de si es honesto pintar de colores una realidad tan negra. Ambas comparten una excelente factura, unas estupendas interpretaciones y una evidente continuidad no solo con el neorrealismo italiano sino también con un cierto tipo de tragicomedia que tantas veces vimos en el cine del país que ahora gobierna Meloni. En las dos hay un evidente protagonismo de sus creadores que también son protagonistas, aunque he decir que mientras que Roberto Benigni me pareció siempre insoportable, Cortellesi tiene una potencia y una belleza indiscutibles, con un cierto aire a Olivia Molina y con esa fuerza que siempre han atesorado actrices italianas muy pegadas a la tierra. Las dos películas, también, están llenas de trampas y de golp