Es The Brutalist una película monumental. De esas que ya no se hacen. Y no solo por su duración – 215 minutos con un intermedio de 15 -, sino por cómo narra la historia y por cómo seduce al espectador, ahora tan domesticado en los episodios de 38 minutos, y lo lleva por un torrente no solo de acontecimientos sino también de emociones y grietas. La historia del arquitecto húngaro de ascendencia judía que, huyendo de una Europa devastada por el fascismo y la violencia, acaba en las manos de un millonario narcisista, es un relato incisivo sobre las claves del capitalismo. Sobre los cimientos de un mundo, al que hoy contemplamos en una deriva terrorífica, elevado sobre la lógica del capital y la ética individualista de los propietarios. Un relato que con inteligencia Brady Corbet nos sirve con decisiones de montaje y de mirada muy arriesgadas pero acertadísimas, sobre todo en la primera parte de la película, y en el que los engranajes de la arquitectura, y más desde las...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez