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ENAMORARSE DE Y CON ANA BELÉN


Cuando se conoció que Ana Belén y los Javis serían los conductores de la edición de este año, Paloma Rando, una de las guionistas del evento, escribió en El Paísque “presentar los Goya es como enamorarse”. Una tarea compleja, incierta, apasionante. A veces sale bien, otras es un desastre. Este 2024, para mí, como supongo que para tantos españoles con los que comparto décadas de transiciones y desesperanzas, el enamoramiento está asegurado de antemano. La genial idea de mezclar generaciones diversas y, en principio, artistas que poco tienen en común, se suma al hecho de que sea Ana, la Pilar Cuesta que lleva tantos años siendo parte de nuestra memoria y de nuestro presente, la que esa noche de sábado trate de seducirnos para que celebremos el cine español. Esa endeble industria en la que últimamente se están abriendo ventanas cada vez más plurales y a las que, sin embargo, todavía muchos siguen mirando como si no tuvieran que ver con nosotros. Como si no fueran también espejo donde se reflejan nuestros dones y debilidades. Donde se alimenta la imaginación, el compromiso y lo común. Pura y maravillosa cultura. 

Tal vez no haya nadie que represente mejor esos hilos que nos hilvanan sin darnos cuenta que Ana Belén. Una mujer que ha sabido transitar por edades con la suavidad del animalillo que conoce bien el bosque, lo cual no le impide conservar miedos e inseguridades, y con la elegancia que solo atesora quien no es esclava de las modas. Desde que en mi preadolescencia descubriera su voz y sus manos llenas, su boca cantada por Víctor Manuel y sus pisadas de señora de izquierdas, he recorrido con ella la vida, de tal manera que podría usar los títulos de sus canciones, o de sus películas, o de sus obras de teatro, para encabezar los capítulos de mi biografía. En ella aparecen desde la Fortunata comiéndose un huevo crudo, y mirándonos con sus ojos torvos, a la Julieta que vieja se empeña en recuperar a la adolescente que se enamoró. Desde los sones brasileños y los poemas de Nicolás Guillén a las vidas hechas música por el asturiano. Desde la Adela vestida de verde a la Medea que grita su dolor en Mérida. Porque Ana es ella y todas las mujeres que ha sido. Las letras que ha cantado y las banderas que ha enarbolado como ciudadana. La que siempre se ha resistido a ser musa y que hoy,  abuela de Olivia y León, lo sigue siendo para muchos. En la cálida vejez que demuestra que los años son un pasaporte en el que brillan todas las ciudades visitadas.

Estoy seguro de que Ana nos deslumbrará en Valladolid y volverá a dejarnos claro que una artista de sus dimensiones es mucho más que sus discos, o sus películas, o sus obras de teatro. Que en ella habita una suerte de corriente eléctrica que hace que salten chispas cuando pisa un escenario, ese lugar donde su fragilidad se convierte en poderío. Y que, además, en su itinerario reside en cierta medida el de este país tan empeñado siempre en pegarse un tiro en el pie. Como si nos resistiéramos a tender en nuestra terraza esa camisa blanca donde se reflejen los cielos más estrellados.

Un año más, quienes amamos el cine y lo necesitamos como el comer, celebraremos que pese a los agoreros sigue vivo. Seremos parte de la fiesta aunque estemos cómodamente sentados en el sofá de nuestra casa. En esta ocasión será más fácil que nunca dejarse seducir y por una vez sentirnos orgullosos de lo que somos capaces de crear. Todas y todos parte de un país, plural, complejo y hermoso, en el que una niña de la calle del Oso, hija de un cocinero y una portera, que también quiso ser artista como la Velasco, ha conseguido con su talento y trabajo ser casi eterna. Tanto que basta con invocar su nombre para que imaginemos una feliz jubilación en Banana Republic.


PUBLICADO EN EL NÚMERO DE FEBRERO DE 2024 DE LA REVISTA GQ ESPAÑA

ILUSTRACIÓN DE JUAN VALLECILLOS

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