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AFTERSUN: Las oportunidades del amor


Con los años he ido descubriendo que las mejores películas, o al menos las que a mí más me sacuden por dentro, son aquellas que, desde lo aparentemente pequeño, sin grandes alardes, pero con sabiduría, cuentan historias en las que descubro trocitos de mí, de esos que andan esparcidos por el universo a la espera de que los recupere para el puzle de mi vida. El primer largometraje de Charlotte Wells es una de esas historias que, así, de manera suave, lenta, casi imperceptible, se ha quedado en uno de los pliegues de mí mismo, como esos papeles que permanecen el bolsillo de un abrigo o que acabas descubriendo entre las páginas de un libro cuando pasado el tiempo vuelves a él. El relato de las vacaciones que pasan juntos una hija y su padre, y que ella recupera pasados los años a través de los videos grabados entonces, es una maravillosa lección sobre cómo se construyen los puentes emocionales, sobre las dificultades de amar cuando se está en la cuerda floja y, al fin, claro, sobre el dolor de las despedidas. Quizás lo más hermoso, y doloroso, de esta maravilla titulada Aftersun sea darse cuenta de que vivir es siempre ir despidiéndose, navegar por un continente en el que siempre somos migrantes y sí, también, gozar de un verano de mar y piscinas donde pareciera que todo está por hacer. Como el futuro de Sophie, esa chica que con once años está despertando a tantas cosas y que desde una madurez adelantada observa y quiere al padre que, suponemos, arrastra una mochila que le pesa en exceso.  El hombre herido, con escayola, frágil y que no se ve obligado a parecer un super héroe para su hija. Al contrario, a menudo la vemos a ella mucho más poderosa y radiante que a él. Una preadolescente que seguramente no entiende del todo al padre pero que no renuncia a ponerse de su parte, con él y para él. ¿No será éste el verdadero significado del verbo cuidar/amar?

Aftersun, que está rodada con la precisión de quien mira a los personajes desde la comprensión y el cuidado, nos habla, en su aparente sencillez, de muchas cosas. Lo hace de la familia, de estas otras familias en las que me reconozco- ¿por qué le dices a mamá te quiero si ya no estás con ella? -, de las inevitables fracturas que se generan cuando los hijos empiezan a ser ellos mismos, de la importancia que tiene lo cotidiano para hacer sólidos los afectos y con ellos a quienes los dan y los reciben, y de la paternidad. Porque sin duda uno de los mayores aciertos de este largometraje es cómo nos presenta a un padre de esos que no estamos acostumbrados a ver en las pantallas. Con la ayuda inestimable de un talentoso Paul Mescal, que da cuerpo y matices a Calum, el padre de Sophie, y que encierra tantas aristas en su rostro a mitad de camino entre el chico sensible de la clase y el boxeador golpeado, Aftersun nos muestra cómo es posible llenar la presencia de contenido. De qué manera ese verbo últimamente tan manido, cuidar, se hacer tangible a través de las manos, de las palabras y de los silencios. Y cómo en definitiva los hombres, tan lastrados en todo lo emocional, seguimos con demasiada frecuencia luchando con fantasmas.

Pero, sin duda, la película no sería el regalo que es sin la presencia de una deslumbrante Frankie Corio. Sus ojos, su sonrisa, sus movimientos y su estar quieta, su capacidad para ponerse en lugar de quien tiene al lado, su curiosidad movida entre la inocencia y la adelantada madurez, nos permiten ser parte de su viaje. Ponernos en su piel, que está despertando, como también lo hacemos en la del hombre que hace tai chi y que mucho nos tememos anda buscándose tras largos fracasos. Es tan luminosa la conexión que Paul Mescal y Frankie Corio consiguen establecer en sus interpretaciones que es imposible no sentirse parte de su viaje emocional. Entender, en definitiva, el momento vital en que se hallan. En este sentido, el largometraje es también un relato de iniciación, en el caso de Sophie, y de melancólico paréntesis, en el caso de su padre.

Aftersun, que está construida como si una artesana hubiera ido rematando las costuras que habían quedado apenas hilvanadas, es al fin, nada más y nada menos, que un relato sobre lo simple y complejo a la vez que es el amor. Sobre las tensiones, duelos pero también alegrías que encierra, muy especialmente cuando el sustantivo se hace verbo entre un padre y  una hija. Entre las presiones de las calles y la gente, al borde siempre de la noche, en busca de una oportunidad más. Como nos recuerda la canción de Queen, Under pressure, con la que podríamos resumir a la perfección todo lo que Charlotte, a través de  Sophie y Calum, nos ha querido contar. El amor que nos desafía a cuidar, que busca siempre la mejor versión de nosotros mismos, que parece siempre habitar en la tensión del último baile.

Can't we give ourselves one more chance

Why can't we give love that one more chance

Why can't we give love?


Give love, give love, give love

Give love, give love, give love

Give love, give love


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