Eso dicen los expertos, y supongo que también las expertas, que las hay, aunque no suelan aparecer en los telediarios. Este lo recordaremos como el verano más fresco del resto de nuestras vidas. A partir de ahora todo irá a peor. Las olas de calor serán más largas y continuas. Los períodos de sequía se alargarán y nuestro país se irá convirtiendo en un desierto en el que será difícil sostener la vida. El Sur, siempre el Sur, será el que sufra las consecuencias más terribles de un cambio climático que es el producto de un sistema económico depredador. El hecho a imagen y semejanza del homo economicus, del sujeto conquistador de pueblos, territorios y recursos, del ideal que responde al rostro del varón burgués y que durante siglos ha tejido una trama en la que patriarcado y capitalismo se abrazan. El que se ha configurado política y jurídicamente al margen de la vida, del sostén de lo que nos permite sobrevivir comoseres interdependientes, tan lejos lamentablemente de una ética del cuidado quedurante siglos eludimos al relacionarnos con la Naturaleza.
Tal vez en este siglo XXI de incertidumbres y complejidades crecientes nos sobren expertos y nos falten sujetos responsables, capaces de coger el timón del futuro y tomar decisiones que tengan en cuenta no tanto los escenarios del presente sino los de generaciones futuras. Nunca como ahora se puso más en evidencia que la Justicia social y las políticas de igualdad han de tener siempre una dimensión intergeneracional, lo cual choca radicalmente con el presentismo que domina la acción política. Nunca se hizo más necesario contar con representantes políticos capaces de gestionar los conflictos desde una dimensión más horizontal, superando los frentismos partidistas y contrarrestando los populismos salvadores que encuentran un caldo de cultivo idóneo en los territorios de la desesperación. En estos momentos de la historia, se impone la necesidad de tejer redes basadas en la solidaridad y en la lealtad, de conjugar el verbo sumar en todos sus tiempos posibles, de mirar más allá del programa electoral de turno y del cortijo en que cada político se siente dueño y señor.
Necesitamos reinventar la democracia, con otros métodos y otras palabras, con otras estrategias que nos permitan someter a los controles del Estado de Derecho los excesos del mercado, que antepongan la lógica de los derechos humanos, empezando por el obvio de una vida digna, a la del rendimiento sin fin que reclaman las bolsas. Esas que suelen llenar el bolsillo de unos pocos a costa del sufrimiento de los muchos: los nadie.
Como ocurre con cualquier problema estructural de poco servirán nuestras acciones individuales y voluntaristas. No digo que no debamos actuar de forma consciente y responsable en nuestra forma de consumir o de usar los recursos naturales, pero me temo que sin la acción política de quienes tienen la posibilidad de ir poniendo frenos y obligando a los poderes privados a sujetarse a unas mínimas reglas éticas nuestro futuro estará muy lejos de ser posible. Urge pues otra política y otros políticos. Sobra palabrería y faltan compromisos rigurosos. Es cuestión de vida o muerte, ahora sí, ser capaces de mirar más allá de nuestro ombligo y de situarnos en el espacio de los bienes comunes, de los mares que nos abrazan y de los verdes que nos permiten respirar. Al lado siempre de quienes huyendo de la pobreza y de las violencias se sienten en tierra de nadie. Sin el derecho a tener derechos. Las personas desplazadas en cuyo cuerpo se inscriben con dolor las consecuencias más dramáticas del juego sucio que nos traemos con el planeta. Quienes ya están sufriendo en sus carnes las olas de hambre y desesperanza que causamos quienes vivimos inquietos por las noches tropicales en que tan complicado nos resulta conciliar el sueño.
PUBLICADO EN EL NÚMERO DE SEPTIEMBRE 2022 DE LA REVISTA GQ SPAIN.
Ilustración: JUAN VALLECILLOS
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