A pesar de las décadas que llevo viviendo en ella, esta
ciudad me sigue sorprendiendo, e indignando claro, por sus silencios, por las cobardías
que recorren las esquinas, por las muchas voces que prefieren hablar bajito
para no molestar a quienes ocupan los púlpitos. Ha vuelto a pasar estos días
con motivo de la polémica generada en torno a la exposición Maculadas sin
remedio que, en el momento de escribir estas líneas, seguía colgada en la
Diputación Provincial. La agresión a una de las obras expuestas pero sobre todo
las reacciones de muchos de nuestros representantes, alegando ofensa de los
sentimientos religiosos, ha vuelto a poner de manifiesto no solo las complicidades
de quienes callando otorgan sino también las carencias que todavía sigue
teniendo nuestra democracia. Porque lo que la polémica generada en torno al
autorretrato de la artista Charo Corrales nos demuestra es como todavía
seguimos sin entender el juego de los derechos fundamentales, además de poner
en evidencia que no hemos terminado de hacer la transición a un Estado laico
que es justamente el que mejor garantiza la convivencia de las comovisiones plurales
de la ciudadanía.
Es asombroso que en 2019 siga teniendo vigencia, y muy especialmente
en Córdoba, ese dicho tan terrible que nos recuerda que “con la Iglesia hemos
topado”. Una sentencia que nos retrotrae a épocas de Estado confesional, de
catolicismo cómplice de la dictadura y de negación de las libertades. Una
refencia que en pleno siglo XXI nos sigue recordando que la Iglesia sigue
siendo un poder fáctico, por obra y gracia de quienes continúan arrodillándose
ante ella en lugar de defender los valores constitucionales. Porque, insisto,
lo que está en juego una vez más es la garantía auténtica de las libertades de pensamiento
y creación, consideradas derechos fundamentales por nuestra Constitución, y con
ellas de nuestra capacidad como ciudadanos, y como ciudadanas, de generar discursos
críticos, alternativos y hasta incómodos. Algo que el arte ha hecho a lo largo
de los siglos, lo cual ha contribuido a que la Humanidad haya ido superando los
períodos de oscurantismo y a que la razón emocionada le haya ido ganando
terreno al pensamiento mágico.
Las obras expuestas en la Diputación nos pueden gustar más o
menos, podremos discutir su calidad artística o su mensaje, pero son la expresión
más rotunda de la capacidad de crear de sus autoras. Algo que, por cierto, los
fundamentalismos de todo tipo, los religiosos y patriarcales por ejemplo, han
negado históricamente a las mujeres. Y no es democráticamente sostenible que
una supuesta ofensa a las creencias particulares de quienes pertenecen a lo que
no es sino un club privado, aunque sostenido con fondos públicos, legitime ni
la agresión sufrida por una de las obras ni mucho menos la reacción airada de buena
parte de nuestros políticos. Lo terrible en este caso no es solo que se de
nuevo se haya pretendido censurar lo que la voz de unas mujeres libres han dicho,
sino que alrededor de los gritos de los ofendidos apenas hayamos escuchado la contestación
cívica de quienes se supone creen en la libertad, la igualdad y el pluralismo.
Es evidente que corren malos tiempos para la igualdad entendida
como el reconocimiento de las diferencias, sobre todo en espacios como el de nuestra
ciudad en los que los poderes hegemónicos alimentan sumisiones. Esperemos en
todo caso que el próximo 26 de mayo las urnas hablen y de esa manera contrarresten
tantas palabras no dichas. Recordando que, como bien nos enseñó una feminista
admirable, Audre Lorde, el silencio no nos protege. Y que, aunque a algunos les
pese, los cuerpos no son ni un pecado ni un negocio, sino más bien una fiesta
en la que todas y todos tenemos derecho a participar.
Publicado en Diario Córdoba, 16 de mayo de 2019:
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