
Si alguien a estas alturas tiene dudas de lo que es y significa el patriarcado, y de su pervivencia en determinadas culturas, no debería dejar de ver esta película. En ella, además de los horrores de una región del planeta que parece condenada al conflicto permanente - la guerra como expresión de la omnipotencia masculina - , se nos muestra la cárcel en que viven las mujeres afganas. El ejemplo más radical del sometimiento de la mitad de la humanidad, de la invisibilidad pública (ese rostro que se tapa con un burka nada más salir a la calle), de la humillación permanente. La mujer como objeto en manos del patriarca y sometida, gracias a la confusión de unas normas políticas y religiosas, a sus dictados. La que carece de voz, la callada, "las de afuera" que diría Virginia Woolf.
La protagonista de esta película, sin embargo, toma la palabra. Mientras que desempeña su tradicional papel de cuidadora de un marido que ha recibido un tiro en el cuello y que permanece en coma, saca de su interior todo lo que calló durante 20 años de matrimonio. Su dignidad pisoteada se va recomponiendo a medida que le pone palabras a los dolores que no mencionó, a las mentiras que aguantó, a la violencia de todo tipo de sufrió en su cuerpo y en su alma. De esa manera, y al tiempo que su autonomía va tomando forma en las palabras que al fin salen de su boca, siente cómo hace suya la autonomía que nunca tuvo. Como es capaz de mirar el mundo, su propio cuerpo, con sus ojos y no a través de los de otros. Como incluso puede ser la dueña de sus deseos y disfrutar del sexo. Aunque siempre sienta sobre ella como una losa el peso de la religión y la amenaza del castigo divino.
Según la mitología persa, la syngué sabour es una piedra mágica a la que el hombre le puede confesar todos sus secretos, lo que le permite liberarse de su peso hasta que se rompe. Esa piedra es en la película el marido inmóvil, el patriarca, el rey que se queda sin trono frente a la esclava. La piedra que se desmorona al tiempo que se reconstruye la dignidad de la esposa, de la mujer que nunca la tuvo, de la que siempre vivió bajo la amenaza de no cumplir las expectativas marcadas por el macho. Las que, además, son normas políticas y religiosas, amenazas de castigo eterno, código de una moral para la que ellas sólo pueden ser o santas o putas.
Atiq Rahimi ha hecho, apoyándose en su propia novela, una película que bien podría haber rodado Rossellini. Una película en la que contrasta el retrato de lo público, en el que la cámara se pasea ligera y dinámica, y el del interior de ese hogar resquebrajado en el que se vuelve íntima, serena, angustiosa a veces. Y todo ello de la mano de un rostro prodigioso, bellísimo, capaz de expresar toda la intensidad de las emociones de esa mujer afgana bajo el burka: Golshifteh Farahani, que fue premiada por este papel en el Festival de Gijón, nos transmite todo el dolor de la doble guerra que las mujeres viven en países como Afganistán. La que comparten con la otra mitad y la que sufren de manera exclusiva como parte débil de un contrato que les niega subjetividad. La piedra es pues, también, el orden cultural del patriarcado que, no sin sufrimientos, muchas mujeres como la que sin nombre protagoniza esta película resquebrajan lentamente pero sin pausa. En un movimiento pacífico que algún día, esperemos, acabará con la guerra más cruel que durante siglos ha provocado tantas y tantas víctimas entre la mitad de la humanidad.
La piedra de la paciencia
Francia, Alemania, GB, Afganistán, 2012
Dirección: Atiq Rahimi
Guión: Jean-Claude Carrière y A. Rahimi, sobre la novela de Rahimi.
Fotografía: Thierry Arbogast
Música: Max Richter
Intérpretes: Golshifteh Farahani, Hamid Djavdan, Hassina Burgan.
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