“Te podría contar Que está quemándose mi último leño en el hogar Que soy muy pobre hoy Que por una sonrisa doy todo lo que soy Porque estoy solo y tengo miedo” Joan Manuel Serrat, Balada de otoño A estas alturas de mi vida, en que empiezo a sentir que tengo más pasado que porvenir, y cuando empieza haber vacíos, demasiados vacíos, en mi agenda, me doy cuenta más que nunca de cuántas mujeres han sido y son esenciales en mi sostén. Cómo han sido ellas, con su praxis, y no tanto con sus discursos, las que me han ido descubriendo las maravillas de la horizontalidad y el verdadero sentido de lo que es tejer redes, algo a lo que, me temo, todavía los hombres no solemos estar muy acostumbrados. En mi vida académica, a la que tanto tiempo he dedicado y dedico, nunca subrayaré lo suficiente el papel tan importante que han tenido, y siguen teniendo, las mujeres de la Biblioteca de mi facultad. Con algunas de ellas he recorrido un itinerario largo largo en el que...
Quienes fuimos niños raros, sin saber entonces lo esperanzador que podría ser un mundo torcido, nos pasamos media vida buscando semejantes con los que fundar una suerte de hermandad laica y libertaria. Tras la penosa tarea de abrir las puertas del armario, ese al que con cierta frecuencia uno siente la tentación de volver cuando las tormentas nos dejan el cuerpo tiritando, es como si arrastráramos una cola enorme, con trozos de telas apenas hilvanadas, agujereadas por insectos empeñados en chuparnos la sangre, como si fuera un recordatorio/reliquia de lo que fuimos y no podemos dejar de ser. La antítesis del vestuario brillante de una drag queen, prima hermana ésta de soledades y de canciones que nos salvan. En este recorrido, que en ocasiones convertimos en un dramón con el que damos rienda suelta a todas nuestras lágrimas, vamos trazando mapas que nos permiten ubicarnos, en una geografía diríamos que paralela a la real y en la que, como si siguiéramos el rastro de las baldo...