LA FELICIDAD IMPOSIBLE
GRANDE TOSAR
Una película como ésta, cuyo guión está medido al milímetro y cuya dirección evita en todo momento la truculencia, no podría haberse sostenido sin sus dos protagonistas que, en singular paradoja, son pareja feliz y enamorada en la vida real. Marta Etura es toda luz. Su sonrisa, sus ojos, su cuerpo de princesa moderna, iluminan la pantalla. Ella es la vida. La bella durmiente de este cuento cruel.
Mientras duermes es una poderosa fábula sobre la infelicidad y sobre los monstruos que es capaz de generar en la mente, y en el corazón, del hombre que la sufre. César es un hombre gris, encerrado en una existencia monótona y reglada, prisionero de sí mismo y de una vida que, adivinamos, no ha sido nada benévola con él. Intuimos, sobre todo a través de las confesiones ante su madre enferma y por lo que apenas escuchamos de sus conversaciones en un programa radiofónico de madrugada, que es un pájaro herido. No sabemos las causas. El director ha preferido no explicarlas, tal vez para situarnos mejor ante ese portero, un ser anónimo del que nadie conoce de dónde viene y a dónde va, un don nadie, un esclavo de sí mismo, un ser que no ha sido educado en la gestión emocional del fracaso. De ahí, tal vez, su necesidad de ver sufrir a los demás, de paliar con la infelicidad ajena la suya propia, de borrar las sonrisas que para él son como cuchillas.
Sus mundo es oscuro, grisáceo, metálico, mientras que el de Clara, la vecina amada/odiada, es luminoso, blanco, abierto, lleno de música. El paraíso que César no soporta porque está incapacitado no ya para tenerlo sino incluso para soñarlo. De ahí su brutal obsesión, la serpiente que lo come por dentro, la furia que sale por sus ojos.
Una película como ésta, cuyo guión está medido al milímetro y cuya dirección evita en todo momento la truculencia, no podría haberse sostenido sin sus dos protagonistas que, en singular paradoja, son pareja feliz y enamorada en la vida real. Marta Etura es toda luz. Su sonrisa, sus ojos, su cuerpo de princesa moderna, iluminan la pantalla. Ella es la vida. La bella durmiente de este cuento cruel.
Y, claro, Luis Tosar. Hay actores, muy pocos la verdad, que por sí solos justifican toda una película. Ellos ocupan la pantalla durante todo el metraje, revolviéndonos el estómago, haciendo que nos emocionemos, mostrándonos mil caras bajo el mismo rostro. Sólo los grandes son capaces de aguantar casi dos horas en la pantalla haciendo creíble un personaje. LUIS TOSAR es, sin duda, el actor español que en la actualidad tiene más capacidad y recursos para convencernos, para inquietarnos, para enamorarnos incluso. A pesar de no responder a un físico convencionalmente atractivo, es una de las presencias más cautivadoras del cine español. Como alguien dicho, posee las cejas más atractivas y una de las miradas más turbulentas que uno recuerde. Por eso sólo un grande como él podía ser César. Sólo Luis Tosar podía transmitirnos su terrible soledad, su angustia vital, su maldad que casi llegamos a comprender. Porque esa es una de las perversiones morales de la película: hay momentos en que el espectador llega a ponerse de parte de él, llega a comprenderlo, a desear que de alguna manera nunca sea condenado. Ese es el milagro que hace posible Luis Tosar: que César inspire incluso una cierta ternura, un cierto desvalimiento, hasta una cierta justificación de sus acciones violentas.
Tal vez por ello, cuando llega el sorprendente final, es inevitable sentir una cierta satisfacción, porque en la vida reproducida se ha hecho posible el milagro de una felicidad imposible, porque de alguna manera la bondad y la maldad han llegado a un equilibrio. Y porque, en el fondo, todos guardamos un César muy adentro al que no siempre logramos educar para que permanezca calladito tras el mostrador. Ese César que acaba amando/odiando a la Clara que siempre sonríe muy a nuestro pesar...
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