Encontramos la muestra más evidente de la pervivencia de la masculinidad tradicional en las revistas dirigidas especialmente a los lectores masculinos o en aquellos números especiales que otro tipo de publicaciones dedican a ellos. Nos puede servir de ejemplo el número extra dedicado a los “Hombres” y editado por EL PAÍS SEMANAL el domingo 9 de octubre de 2011. De entrada, en la portada aparecen dos actores, Alberto Ammann y Daniel Brühl, que protagonizan un reportaje de moda en el que aparecen luciendo ropas “retro”, que nos remiten a los años 50-60, y bajo títulos de películas tan “masculinas” como “Dos hombres y un destino”, “El padrino”, “Infiltrados” o “El precio del poder”, título éste que difícilmente aparecería como marco de un retrato de mujeres. Son imágenes que nos remiten al pasado y a un modelo tradicional de virilidad. El primer reportaje de la revista está dedicado al futbolista Cesc Fábregas y se ilustra con una fotografía a toda página en la que aparece con gesto desafiante, agresivo incluso, y mostrando sus brazos musculosos y tatuados. Como no podía ser de otra manera, y como se indica en los titulares, Cesc habla “de competitividad, fútbol, vida y sueños”. En el reportaje se alude a que el futbolista es imagen de un perfume de Ángel Schlesser, el cual explica que el jugador nació en el Mediterráneo “que nos remite de forma directa a los héroes clásicos, gimnastas, deportistas y gentes con fuerza”. A continuación, Jesús Ruiz Mantilla imagina un futuro en el que los automóviles son eléctricos y ecológicos: “El coche que te conduce”. Dirigiéndose a los hombres, no podía faltar, claro está, una referencia a uno de los símbolos clásicos del poder masculino. Y, por supuesto, el autor habla de la conducción como una experiencia espiritual, casi zen. Para no romper con esta continuidad, la revista entrevista al diseñador Dirk Bikkembergs que, al parecer, llevó la moda a los estadios de fútbol. Con un título tan masculino como “Vestir el deporte”, el diseñador nos da toda una lección de neo-machismo con declaraciones como la que sigue: “Siento que un tío de verdad debe comportarse y tener aspecto de tío. Jamás he comulgado con la idea de que un hombre debe suavizarse para ser sexi. Creo que todo lo contrario, que debe potenciar sus atributos masculinos y eso es lo que lo convierte en sexi… No hay nada menos sexi que un hombre que parece preocuparse demasiado por su aspecto. Es algo horrible. El hombre que fuerza en exceso su estética resulta grotesco”. Y tras el desfile de un Jon Kortajarena,que parece escapado de la serie Mad Men, incitándonos a “Incorporar lo rústico” y a subrayar “El valor de lo clásico” , y de referencias a estereotipos como Tony Manero, Sherlock Holmes o James Bond, qué mejor que cerrar con una contraportada que pretende romper moldes. En ella, un impoluto Fernando Alonso, juega con una manzana en una cocina descaradamente limpia, ordenada, en la que obviamente parece que él no está llamado a desempeñar ninguna función. Salvo la de, claro está, exhibirla como símbolo de un estatus en el que, mucho me temo, las mujeres son las que siguen ensuciando y ensuciándose en las cocinas.
"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad
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