Diario CÓRDOBA, lunes 10-10-2011
Cada vez que se acerca un proceso electoral tengo la sensación de que nuestros representantes nos tratan como si fuéramos idiotas. Es humillante observar de qué manera hacen propósitos de enmienda o justifican lo injustificable, como si los que los votamos careciéramos de memoria y lucidez, como si fuéramos meros consumidores del producto que tratan de vendernos. Mucho me temo, sin embargo, que la crisis nos ha avivado el seso y nos está haciendo más exigentes ante unos/as políticos/as que, salvo excepciones, que también las hay, carecen de respuestas y, lo que es peor, parecen solo atender a las preguntas que les plantea su ombligo.
Aunque a estas alturas ya debería estar curado de espanto en esta ciudad de sainete, todavía conservo la capacidad de sorpresa ante unos representantes que nos siguen tratando como menores de edad. Esa distancia y esa prepotencia es la que parece haber guiado a los socialistas cordobeses en la elaboración de unas listas que han terminado de ponerle la alfombra roja --perdón, azul-- al PP. Solo desde la acumulación de despropósitos que suman en los últimos tiempos, se puede entender la apuesta por una mujer que defraudó las expectativas de su electorado y que puso por encima de los de la ciudad sus propios intereses. Una mujer que, con la sagacidad de buen animal político, se ha mantenido al margen de choques de egos, ha sabido administrar los tiempos y, sobre todo, ha sabido labrarse una imagen en el exterior que poco tiene que ver con la que tenemos en esta ciudad que la parió. Muchos nos hemos acordado de aquellos plenos en los que un aguerrido Antonio Hurtado, desafiando los dictados de su propio partido y hasta las exigencias de su carrera política, se batió el cobre frente a un gobierno municipal que alimentó muchas de las realidades de las que ahora nos lamentamos. Por todo ello, y porque siempre lo tuve por un hombre sensato, valiente y fiel a unos principios, me ha dolido tanto verlo de escudero de quien fue su enemiga y con quien compartirá próximamente sonrisas en portadas electorales que a algunos nos darán sarpullido.
Si a todo ello sumamos la lista jurásica del Senado, convertido en balneario donde se pagan los servicios prestados y se entierra a políticos/as inútiles, nos sobran razones a los que, sintiéndonos socialistas de corazón, andamos con el sobre electoral vacío buscando una papeleta con la que no nos traicionemos excesivamente. Y de ahí que hayamos comprendido a la perfección que un valor tan desaprovechado como Juan Luis Rascón vuelva a la magistratura. O que Carmen Calvo, divismos aparte, haya decidido reincorporarse a las aulas. Algo que, obviamente, han podido hacer porque, a diferencia de otros muchos, no necesitan de un cargo público para sobrevivir. De esta manera, además, han demostrado con su propio ejemplo la higiénica división temporal del poder que, a buen seguro, forma parte del temario que ambos explican en la UCO.
Siempre que la política nos ofrece un espectáculo tan lamentable como el del PSOE cordobés, me gusta recordar a Clara Campoamor y su defensa del voto femenino en 1931. Ella, por encima de lo que en aquel momento podía convenir políticamente a su partido, se mantuvo fiel a la defensa de unos principios y a la reivindicación de la igualdad de hombres y mujeres. Esa actitud, por cierto, le costó su futuro político. En unos momentos tan complicados como los que estamos viviendo, necesitamos más que nunca políticas y políticos como Clara, capaces de anteponer sus ideales a los intereses partidistas, coherentes con su militancia y no prisioneros de maquinarias electorales, como en aquel 31 lo estuvo Victoria Kent. De lo contrario, es la democracia, y todos nosotros con ella, la que sale perdiendo. Muy especialmente los que nos resistimos a acudir el 20-N a las urnas tapándonos la nariz.
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