"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz".
Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: "Sor Juana había convertido la inferioridad que en materia intelectual y literaria se atribuía a las mujeres, en motivo de admiración y aplauso público; los prelados transformaron esa admiración en pecado y su obstinación en continuar consagrada a las letras en rebeldía. Por eso le exigieron una abdicación total".
Juana Inés de la Cruz es uno de esos grandes ejemplos que nos sitúan en el largo trayecto a través del cual las mujeres han ido rompiendo los barrotes de la jaula, aunque en muchos casos, como el suyo, ello las condenara a la frustración y finalmente a la renuncia. Aunque sor Juana vive y desarrolla su obra en pleno Barroco, en ella adivinamos ya la fuerza de las luces de la razón, el prólogo de la modernidad plasmado en su afán por saber, por indagar, por descubrir la verdadera esencia de las cosas. Su poema Primero sueño es "el poema de la aventura del conocimiento". Y ese afán por conocer, su lucidez, es la que la mantiene en permanente lucha con la fe. Reivindicando permanentemente, como diría Amelia Valcárcel, su "derecho a ser mala".
Se ha discutido mucho sobre si la monja de Nueva España podría calificarse o no de feminista. Al margen de que en esa época no existía el concepto tal como lo conocemos hoy, lo que sí parece evidente es que ella se atrevió a saltar las barreras que la sociedad ponía a las mujeres y, desde lo que en un primer momento podría considerarse un espacio privado y reservado como es el de un convento, participó constantemente en la vida pública. Debatió, escandalizó, tuvo voz propia incluso en ocasiones contra sus superiores eclesiásticos. Y, como bien apunta Octavio Paz, "era muy distinto ser tolerante con Lope y con Góngora, malos sacerdotes, que con sor Juana Inés de la Cruz. Aunque su conducta era reprobable, sus actitudes sí lo eran. Las letras profanas eran ocasión del pecado de elación, un pecado al que el vano sexo femenino era particularmente susceptible". Es decir, Juana se atrevió a dejar de ser una "idéntica" para convertirse en sujeto, en individuo, en ser autónomo y pensante.
"Ella había descubierto que el sexo era un obstáculo no natural sino social para su afán de saber. Y se rebeló contra el destino que se le ofrecía a las mujeres, es decir, el concubinato, el matrimonio o la prostitución. "La conciencia de su condición de mujer es indisoluble de su vida y de su obra: niña, se le ocurrió disfrazarse de hombre para asistir a la Universidad; joven, decidió tomar los hábitos pues de otro modo no se hubiera podido dedicar ni al estudio ni a las letras; adulta, proclama una y otra vez en sus poemas que el entendimiento no tiene sexo; para defender su inclinación a las letras redacta largas listas de las escritoras famosas de la Antigüedad y de sus días; mira en Isis, madre de la sabiduría, y en la pitonisa de Delfos, prototipo de la inspiración, a dos arquetipos; escoge como santa de su predilección a Santa Catalina de Alejandría, doncella docta y mártir; defiende su derecho al saber profano, así sea como prólogo del sagrado; escribe que la inteligencia no es privilegio de los hombres ni la tontería exclusiva de las mujeres; y en suma, grande y verdadera novedad histórica y política, pide la educación universal para las mujeres, impartida por ancianas letradas en las casas o en instituciones creadas con este fin". (p. 628)
Como mujer inquieta que fue se atrevió prácticamente con todos los géneros literarios: poesía, teatro, autos sacramentales... Incluso se atrevió a escribir poemas amorosos y eróticos, en los que se situó más allá de las dos grandes referencias de su época: Lope y Quevedo. Influenciada por Góngora y Calderón, así como por los clásicos que atesoraba en la biblioteca de su celda, su poesía se caracteriza por "una claridad inteligente que inmediatamente se transforma en conciencia". Ella es la poeta de la lucidez y, por tanto, de los límites. Los que ella misma, dada su condición de mujer, entendió y sufrió en primera persona.
Incluso fue capaz de saltarse las fronteras que el género marca para el amor, de ahí que algunos estudiosos hayan llegado a calificarla de "intersexual". Su amistad amorosa con María Luisa Manrique de Lara, a la que dedicó bellos poemas, nos muestra de nuevo el carácter tremendamente contemporáneo de Juana. Dice Octavio Paz que "su masculinidad - si es que puede emplearse esta palabra para describirla - no fue ni física ni anímica sino más bien una respuesta a una interdicción de orden social..." Hoy tal vez podríamos calificarla de queer y, sin duda, las obras de Judith Butler o de Monique Witting figurarían en su biblioteca.
A pesar de que su figura y su obra se ha recuperado en las últimas décadas, me continúa sorprendido que todavía hoy sor Juana Inés de la Cruz continúe siendo prácticamente desconocida, cuando se trata de uno de los personajes más fascinantes del XVII y sin duda una de las mejores creadoras de toda la historia. Es evidente que la dictadura del patriarcado sigue seleccionando y haciendo invisibles a las que en su día se atrevieron a desafiar no sólo el oscurantismo de los dogmas sino sobre todo la injusticia de un mundo que negaba a la mitad de la humanidad. Su final, en el que se vio obligada a abdicar de su rebeldía e incluso a pedir perdón, es la imagen más cruel de lo que la historia ha hecho con las mujeres e incluso, más allá del sexo, y como bien dice Octavio Paz, "su suerte de escritora castigada nos recuerda a nosotros, hombres del siglo XX, el destino del intelectual libre en sociedades dominadas por una ortodoxia y regidas por una burocracia" (p. 629). Una ortodoxia que, en el caso de las mujeres, se multiplica cuando se suman las esencias del patriarcado con los dogmas de una religión interpretados y aplicados por hombres.
Contra los dogmas, entonces y hoy, se alza imbatible la voz de Juana y la libertad que anida en versos en los que se atreve a expresar lo que una mujer, que no tenía el derecho a ser mala, no podía en aquel momento expresar:
A tus manos me traslada
la que mi original es,
que aunque copiada la ves,
no la verás retratada:
en mí toda transformada,
te da de su amor la palma;
y no te admire la calma
y silencio que hay en mí,
pues mi original por ti
pienso que está más sin alma.
De mi venida envidioso
queda, en mi fortuna viendo
que él es infeliz sintiendo,
y yo, sin sentir, dichoso.
Estrella más oportuna
me asiste sin duda alguna;
pues que, de un pincel nacida,
tuve ser con menos vida,
pero con mejor fortuna.
Mas si por dicha, trocada
mi suerte, tú me ofendieres,
por no ver que no me quieres
quiero estar inanimada.
Porque el de ser desamada
será lance tan violento,
que la fuerza del tormento
llegue, aun pintada, a sentir:
que el dolor sabe infundir
almas para el sentimiento.
Y si te es, faltarte aquí
el alma, cosa importuna,
me puedes tú infundir una
de tantas como hay en ti:
que como el alma te di,
y tuyo mi ser se nombra,
aunque mirarme te asombra
en tan insensible calma,
de este cuerpo eres el alma
y eres cuerpo de esta sombra.
la que mi original es,
que aunque copiada la ves,
no la verás retratada:
en mí toda transformada,
te da de su amor la palma;
y no te admire la calma
y silencio que hay en mí,
pues mi original por ti
pienso que está más sin alma.
De mi venida envidioso
queda, en mi fortuna viendo
que él es infeliz sintiendo,
y yo, sin sentir, dichoso.
Estrella más oportuna
me asiste sin duda alguna;
pues que, de un pincel nacida,
tuve ser con menos vida,
pero con mejor fortuna.
Mas si por dicha, trocada
mi suerte, tú me ofendieres,
por no ver que no me quieres
quiero estar inanimada.
Porque el de ser desamada
será lance tan violento,
que la fuerza del tormento
llegue, aun pintada, a sentir:
que el dolor sabe infundir
almas para el sentimiento.
Y si te es, faltarte aquí
el alma, cosa importuna,
me puedes tú infundir una
de tantas como hay en ti:
que como el alma te di,
y tuyo mi ser se nombra,
aunque mirarme te asombra
en tan insensible calma,
de este cuerpo eres el alma
y eres cuerpo de esta sombra.
Comentarios
Publicar un comentario