TOMBOY
Céline Sciamma, Francia, 2011
Céline Sciamma, Francia, 2011
Laure tiene diez años. Está justo en esa difícil frontera que la llevará de la niñez a la adolescencia. Vive feliz en un entorno familiar apacible, en el que sobre todo tiene una gran complicidad con su hermana pequeña. La familia se ha mudado una vez más y Laure se dispone a vivir las vacaciones de verano en un contexto nuevo.
Laure tiene el pelo corto y su aspecto es andrógino. Fuera de casa actúa y se comporta como si fuera un chico. Se presenta como Michael ante los nuevos amigos y ante su vecina Lisa. Laure que también es Michael trata de cumplir todos los rituales de las fratrías de varones: juega al fútbol, se pelea, parece hosco y agresivo, aunque le es imposible ocultar en su mirada una ternura poco habitual en los chicos de su edad.
Laure se mira en el espejo y descubre que su cuerpo no es el que le gustaría que fuera. Incluso llega a fabricarse un pene de plastilina para hacer bulto bajo el bañador. Su cabeza y su corazón le dictan emociones y sentimientos que casan mal con lo que biológicamente le muestra el espejo. Laure no es una enferma, ni una discapacitada, ni una persona anormal.
Laure es una persona que está fuera del binario masculino/femenino, que rompe los esquemas de un biologicismo reductor e injusto. Su historia, que es narrada por la directora Céline Sciamma con una sensibilidad extrema, nos coloca frente a uno de los principales retos que todavía tenemos pendientes en la reflexión sobre la igualdad y la construcción de las subjetividades. La que tiene que ver con las identidades que rebasan las fronteras del dualismo biológico y que nos acercan a la concepción de las mismas como procesos de construcción en los que debe, debería, primar la autonomía de la voluntad y el libre desarrollo de la personalidad.
Hace unos meses una sentencia reconoció en Australia el género "neutro", marcando así revolucionariamente lo que debería ser la senda por la que debería progresar la teoría de los derechos humanos en materia de identidades. Sólo si las estructuras sociales y culturales, y muy especialmente los ordenamientos jurídicos que las amparan y consolidan, comenzaran a superar el paradigma biologicista y atendieran más a la concepción de las subjetividades como procesos, nos encontraríamos cada vez más cerca de la efectividad de la igualdad como garantía de las diferencias.
Sólo así sería posible que personas como Laure/Michael pudieran escapar de la cárcel en la que se encuentran y pudieran construir en libertad su propia manera de ser y de sentir, con independencia de la imagen que le muestra el espejo, sin que el pene o la vagina las condicione, desde la suprema libertad que supone escuchar los dictados del corazón. Para ello sería suficiente con ir admitiendo que el género puede ser mutable y que caben muchas más opciones que las que históricamente ha bendecido la heteronormatividad. Una propuesta sin duda revolucionaria porque, entre otras cosas, supone alterar el orden y cambiar las relaciones de poder.
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