Las lágrimas de Patxi López, las de Carles Francino en su programa de ayer, la voz cortada de Rubalcaba... Quizás la imagen más esperanzadora de estos días. La más necesaria, por encima de urgencias políticas y alegrías cívicas.
Porque mirando las imágenes de todo un lehendakari enjugándose en público las lágrimas, o escuchando a Francino llorando como un niño pequeño, me reafirmo en que la paz, siempre imperfecta, sólo será posible de la mano de hombres que lloran. Es decir, de un modelo de masculinidad diversa que se atreva a romper la ecuación entre masculinidad, poder y violencia. En Euskadi, en España, en el mundo, necesitamos nuevos hombres y una nueva racionalidad pública. Reconstruidos ellos y elevada ella sobre la asunción de que sin inteligencia emocional no es posible el diálogo, de que sólo una ética cordial puede llevarnos a un futuro posible en el que no haya ni mujeres ni hombres que lloren por dolor. En el que de manera co-rresponsable unos y otras compartamos los espacios públicos y privados, al tiempo que equilibramos la autoridad con valores como la ternura y el cuidado.
Sólo así será posible construir la utopía de una democracia avanzada. Sólo así alcanzaremos una igualdad real, sin la que no es posible ni el desarrollo, ni la paz, ni la esperanza.
Porque mirando las imágenes de todo un lehendakari enjugándose en público las lágrimas, o escuchando a Francino llorando como un niño pequeño, me reafirmo en que la paz, siempre imperfecta, sólo será posible de la mano de hombres que lloran. Es decir, de un modelo de masculinidad diversa que se atreva a romper la ecuación entre masculinidad, poder y violencia. En Euskadi, en España, en el mundo, necesitamos nuevos hombres y una nueva racionalidad pública. Reconstruidos ellos y elevada ella sobre la asunción de que sin inteligencia emocional no es posible el diálogo, de que sólo una ética cordial puede llevarnos a un futuro posible en el que no haya ni mujeres ni hombres que lloren por dolor. En el que de manera co-rresponsable unos y otras compartamos los espacios públicos y privados, al tiempo que equilibramos la autoridad con valores como la ternura y el cuidado.
Sólo así será posible construir la utopía de una democracia avanzada. Sólo así alcanzaremos una igualdad real, sin la que no es posible ni el desarrollo, ni la paz, ni la esperanza.
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