Ir al contenido principal

FENCES, EL PODER DEL PADRE

El patriarcado consiste en el poder de los padres: un sistema familiar y social, ideológico y político en el que los hombres- a través de la fuerza, la presión directa, los rituales, la tradición, la ley y el lenguaje, las costumbres, la etiqueta, la educación y la división del trabajo – deciden cuál es o no es el papel que las mujeres deben interpretar y en el que las mujeres están en toda circunstancia sometidas al varón”
No he podido evitar recordar la descriptiva y acertada definición que del patriarcado haceAdrienne Rich en su imprescindible Nacemos de mujer al ver la película Fences. La más que notable adaptación cinematográfica que Denzel Washington ha realizado de la obra de teatro de August Wilson que ya había triunfado en los escenarios es mucho más que una historia sobre los prejuicios raciales en los Estados Unidos de los años 50. Por encima de ese relato, que efectivamente es central en la película, en ella nos encontramos el retrato perfecto de cómo en el entorno familiar se construye y expresa el poder del padre. Troy, interpretado de manera soberbia por el mismo Denzel Washington, encarna a la perfección al sujeto proveedor, que se proyecta en lo público (aunque como en el caso del personaje podamos considerarlo un fracasado) y que por supuesto tiene vida más allá de la cerca o valla – las simbólicas fences del título – con la que pretende rodear la casa en la que se recluye su mujer y de la que entran y salen los hijos. Una vida más ella de la cerca en la que también cabe una amante, la otra, la que le da, según él mismo, todo eso que su mujer no es capaz de darle.

Por encima del relato racial, que efectivamente es central en la película, en ella nos encontramos el retrato perfecto de cómo en el entorno familiar se construye y expresa el poder del padre.

A Troy lo vemos permanentemente ejerciendo autoridad sobre su mujer y sus hijos, poniendo orden o intentando ponerlo, estableciendo reglas y límites. En este sentido, es clarificadora la conversación que tiene con uno de sus hijos casi al principio de la película en la que subraya la condición heroica de padre proveedor y en la que deja muy claro quién manda en aquella casa. “Sí, señor” es la respuesta que Cory, el chaval adolescente que está deseando “matar al padre” (metafóricamente hablando), debe repetir frente al dueño de la casa. Como si fuera un soldado disciplinado, un subordinado frente a su jefe, un esclavo frente a su propietario. En esta relación de dominio juega un papel esencial el miedo: Cory crece temiendo al padre, esquivándolo para no recibir sus golpes, huyendo para al fin poder hacer su propia vida. Todo un clásico en el ejercicio del poder por parte de la masculinidad hegemónica: frente a los vínculos voluntarios que genera el afecto y la empatía, las cadenas que fabrica el miedo a quién siempre tiene la última palabra. La masculinidad hegemónica construida sobre la fuerza, la violencia y la subordinación de los otros.

Todo un clásico en el ejercicio del poder por parte de la masculinidad hegemónica: frente a los vínculos voluntarios que genera el afecto y la empatía, las cadenas que fabrica el miedo a quién siempre tiene la última palabra.

Como buen patriarca, Troy siente que es el dueño y poseedor no solo de la casa que tanto esfuerzo le ha costado pagar – solo cuenta su esfuerzo, por supuesto no es valorado el trabajo realizado sin compensación por la esposa durante los años en que ella ha sido fiel compañera, madre y cuidadora- sino también de quienes habitan en ella. Esa posesión la vemos sobre todo proyectada hacia Rose, la mujer con la que lleva casado más de quince años, y a la que vemos tratar como si fuera de su propiedad. Incluso cuando la llama o se dirige a ella, detectamos que para él ella representa la sujeta siempre atenta a sus requerimientos. Cuando vuelve a casa, del trabajo o del bar, la llama a gritos desde la esquina, porque ella siempre está: en la cocina, zurciendo calcetines, tendiendo ropa. Ella es la eterna Penélope. Pero también las sometidas se rebelan: No soy tu animal doméstico, le dice ella en un tenso momento de la historia. Domus: el hogar como espacio de la mujer domesticada.
Y cuando estalle el drama, que no adelanto para no fastidiar a quienes no hayan visto la película, Rose responderá desde los afectos y la entrega, aun cuando la ira esté inflamando su pecho. La mujer se hará madre para evitar que las heridas sangren aunque ese ejercicio de generosidad – las mujeres siempre como paradigma de la entrega a los demás, amorosas esclavas que dan sin recibir – le sirva también para poner su “cerca” particular frente a Troy. Pese al dolor, ella continuará siendo la cuidadora, la sanadora, la que logra al final de la historia que Cory también perdone al padre puñetero. Así completamos el círculo perfecto de la sufriente esposa, la madre entregada, la santa generosa y humilde. La que, aunque no sepamos si es consciente de ello o no, no ha hecho otra cosa en su vida que vivir por y para los demás. La experta en coser desperfectos, en aguantar y en callar, en hacer posible que el tapiz no se deshilache del todo.

Así completamos el círculo perfecto de la sufriente esposa, la madre entregada, la santa generosa y humilde. La que, aunque no sepamos si es consciente de ello o no, no ha hecho otra cosa en su vida que vivir por y para los demás.

La complejidad del personaje de Rose, atrapada en un mundo en el que ella no ha tenido nunca posibilidad de dictar las reglas, condicionada por un amor que le hace siempre entregarse y no dejarse llevar por la ira, nos es transmitida gracias al prodigioso talento de esa enorme actriz que es Viola Davis. Solo por su impecable interpretación merece la pena ver Fences, porque en su rostro es posible hallar las huellas de todo el sufrimiento de millones de mujeres. Porque en ella – en la actriz y en el personaje – vemos cómo interseccionan el género y el color de piel como factores que multiplican su vulnerabilidad. Porque su Rose vuelve a demostrarnos eso que también Adrienne Rich ha explicado con tanta lucidez y que esta película nos recuerda con cierta amargura: cómo los seres humanos conocemos por primera vez el amor y la decepción, el poder y la ternura en la persona de una mujer.
PUBLICADO EN TRIBUNA FEMINISTA, 25-2-17:
http://www.tribunafeminista.org/2017/02/fendes-el-poder-del-padre/

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad ...

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía...

SÍ, TODOS LOS HOMBRES

  Llevo años trabajando con hombres jóvenes y no tan jóvenes en cuestiones relacionadas con igualdad, y muy especialmente en tratar de hacerles ver la conexión que existe entre la cultura machista y la violencia. La violencia en general y, de manera más singular, las que sufren las mujeres. En la mayoría de los casos siempre me he encontrado con una tendencia a enfocar esta realidad como si fuera algo externo a ellos, algo que les pasa a otros. Esos “otros”, no ellos, que son los machistas y no digamos los violentos. Salvo excepciones, les cuesta admitir que a diario todos reproducimos machismo y que hemos sido socializados de tal manera que nuestra identidad se ha construido sobre una cultura de dominio, de relevancia pública y de subjetividad y autonomía incontestables. Un paradigma que, a su vez, necesita del que concibe a las mujeres con un estatus inferior al nuestro, además de como   permanentemente disponibles para satisfacer nuestros deseos y necesidades. Justamente es...