Hace ya algún tiempo que asumí como un compromiso personal y cívico la defensa del feminismo como el pensamiento que más y mejor puede servir para la emancipación del ser humano y, por lo tanto, como la herramienta mediante la que conseguir que ninguna persona sea privada de bienes o derechos en función de su sexo. En estos años de revancha patriarcal, como bien los ha bautizado Alicia Miyares, siento cada día con más convencimiento la necesidad de reafirmar esa defensa y de reivindicar un término que es permanentemente devaluado. Los prejuicios y la ignorancia se están aliando con el terror patriarcal a la pérdida de privilegios y están provocando que el machismo ocupe espacios que ya creíamos conquistados por la igualdad. El retroceso es evidente en muchos ámbitos, por lo que ahora, más que nunca, necesitamos sumar energías y multiplicar la lucha de las muchas y de los pocos que pensamos que es incompatible la democracia con una sociedad en la que una mitad continúa subordinada a la otra. De ahí que resulte tan saludable y gozoso que en esta ciudad, tan poco habituada a romper esquemas, un grupo de mujeres haya decidido crear un espacio para la reflexión y el debate feminista. Su estreno, hace un par de semanas, no pudo ser más exitoso, demostrándose así que la ciudadanía, y muy especialmente las que todavía hoy tienen que luchar por tener las mismas oportunidades y autoridad que nosotros, pide a gritos escapar de los cauces institucionales y hacer política sin hipotecas partidistas ni intermediarios que finalmente parecen mirarse solo su ombligo.
Que estas mujeres se califiquen a sí mismas como frescas, apoyándose en el título del libro de una de las urdidoras de este proyecto, la siempre combativa Anna Freixas, es toda una declaración de intenciones. Porque ese adjetivo, que María Moliner conecta con el descaro o la insolencia, pero también con contar «las verdades del barquero», implica plantarle cara al patriarcado y hacerlo desde la alegría que supone sentirse autónomas y acompañadas, cómplices en un ejercicio lúcido y sanísimo de sororidad. La frescura que reclaman mujeres como Marta Jiménez, Elena Lázaro o Esther Casado supone romper con las cadenas del victimismo, apostar por la construcción de un nuevo mundo y, a ser posible, hacer todo eso con buen humor y poderío. Pisando fuerte, sin pedir perdón ni permiso, sintiéndose luminosamente empoderadas.
Una experiencia como ésta debería convertirse en un referente que, sumado al activismo de todas esas mujeres que en muchos casos desde la invisibilidad y el escaso o nulo reconocimiento luchan en esta ciudad por romper las barreras de género, ayude a remover conciencias y a movilizar el sentido y la sensibilidad necesarios para replantear las cláusulas de un contrato que continúa amparando los privilegios de los poderosos. Espero pues que mes a mes el número de frescas vaya creciendo y sus voces desborden lo políticamente correcto y se hagan presentes e incómodas en la Córdoba del cordobés. También desearía que muchos hombres se fueran acercando a ellas, no para asumir el mando ni el protagonismo, como solemos hacer, ni mucho menos para esgrimir argumentos propios de víctimas, sino para aprender y acompañar, para ser partícipes de una transformación en la que, estoy convencido, nosotros tenemos que estar implicados. Una implicación que pasa necesariamente por la renuncia a buena parte de nuestros privilegios y por el ejercicio real de la corresponsabilidad tanto en lo público como en lo privado. Estaría muy bien que nos dejáramos contagiar por la frescura y la valentía de unas mujeres que nos obligan a mirarnos en el espejo y cuestionarnos qué queda en nosotros del macho que heredamos. Sólo así será posible acabar con eso que Clara Campoamor denominó «una república aristocrática de privilegio masculino» y haremos realidad el mundo que soñó John Stuart Mill gracias en gran medida a la inteligencia de su compañera Harriet Taylor.
LAS FRONTERAS INDECISAS, Diario Córdoba (20-2-17)
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/feministas-tan-frescas_1124785.html
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