15 y 16 de marzo de 2012
Las mejores sorpresas de mi vida tienen que ver con el descubrimiento de esos lugares donde, sin yo saberlo previamente, habita uno de esos pedazos de mí mismo. Lo siento en cuanto que en un determinado espacio me siento como si lo hubiera habitado antes, como si llevara allí siglos a pesar de estar estrenándolo, como si nada de lo recién visto me resultara ajeno.
Este jueves y viernes pasado he tenido de nuevo la suerte de encontrarme uno de esos cristales que no pinchan sino que, todo lo contrario, acarician y hacen que mi alma se vuelva un poquito más plena. En la sierra de Huelva, en un lugar del que yo no había oído hablar hasta hace unos meses, he hallado uno de esos espacios que ya, irremediablemente, formarán parte de mi ser. Es lo que he sentido al caminar por sus calles empinadas y pedregosas, al escuchar su silencio, al despertarme el viernes escuchando la lluvia en una cama donde podría escribir una novela. Es como si en poco más de 24 horas me hubiera despojado de artificios y me hubiera quedado con la piel desnuda, transparente, con todo mi interior al descubierto y sin miedo a que los demás pudiesen verlo.
Zufre, un pueblo que no llega a los 1000 habitantes, es un lugar tan auténtico que en él sobran todos los ropajes y por supuesto todos los disfraces que solemos vestir en la ciudad. En él se respira vida amable y las puertas están abiertas. Todo huele a verdad, a sabor no adulterado por el tiempo, a una realidad tan luminosa que más bien parece un sueño.
Esa es la sensación que hoy he tenido al volver a Córdoba: la de despertar de un sueño que me ha tenido durante dos días ajeno a mi realidad. Ha sido un sueño casi de fábula en el que no han faltado hadas buenas y príncipes conquistadores, almuerzos de familia y convites de fiesta.
En un momento en el que cada vez me pesan más los artificios de la vida contemporánea, los sucedáneos y las copias, la despersonalización que se clava como un puñal, en Zufre me han sobrado todas las máscaras y he disfrutado de las historias de abuelas que no se resisten a perder el brillo de su mirada, de hombres luchadores y sensatos, de mujeres, muchas mujeres, que son las que realmente hacen latir al pueblo. Me he sentido como un hijo de cualquiera de esas mujeres, como uno de los jóvenes que hace décadas se marchó del pueblo y volvió al cabo del tiempo. He descubierto las historias pequeñas de un lugar que son las verdaderamente grandes, los rincones y sus leyendas, la única calle con nombre de mujer, el parque republicano, la Virgen del Puerto y Santa Zita, el agua que corre hacia los campos y un bar donde huele a pan tostado y patriarcado. He escuchado voces que hacía años que no escuchaba y, sobre todo, me he llenado de silencio y me ha vaciado de palabras que sobran.
Zufre ha sido tal descubrimiento que, aunque merecería figurar en todas las guías turísticas, a mí me gustaría que quedara siempre así, semioculto, algo perdido. De manera egoísta no me gustaría compartirlo con nadie. Por el temor a que de repente voces extrañas me despertaran del sueño. Me gustaría que sólo mis ojos fueran los que mirasen el embalse y las estrellas, esas estrellas que no vemos, no somos capaces de ver, ni siquiera en ciudades tan pueblerinas como Córdoba.
Me gustaría que sus casas pequeñas y blancas, como de recortable, siguieran siempre así. Como me gustaría ver terminada la casa que ahora es sólo un proyecto, y bañarme en su piscina, y dominar desde allá arriba los campos y el pueblo. Como un marinero en lo alto del mástil. Y tener, para siempre, una llave en mi bolsillo. La que estos días me ha abierto una casa que he creído mía, la que ha encendido la chimenea y ha puesto las sábanas limpias en la cama donde el viernes amanecí escuchando llover. Silencio de lluvia sobre el tejado. En una habitación que, sin duda, le habría gustado a John Stuart Mill y a su amada Harriet Taylor. Donde Vanesa Martín podría haber compuesto sin dudarlo una canción.
Por unas horas me he sentido "moclino" y ahora ya no sé si lo he vivido o ha sido un sueño. Sea lo que sea, seguiré su rastro, porque sé que así nunca me faltaran razones para vivir. Porque ahora ya sé que otro trocito de mí, anda por ahí volando, sobre los tejados, como un loco que, escapado del manicomio, hubiera descubierto que los locos eran los demás.
Zufre ha sido tal descubrimiento que, aunque merecería figurar en todas las guías turísticas, a mí me gustaría que quedara siempre así, semioculto, algo perdido. De manera egoísta no me gustaría compartirlo con nadie. Por el temor a que de repente voces extrañas me despertaran del sueño. Me gustaría que sólo mis ojos fueran los que mirasen el embalse y las estrellas, esas estrellas que no vemos, no somos capaces de ver, ni siquiera en ciudades tan pueblerinas como Córdoba.
Me gustaría que sus casas pequeñas y blancas, como de recortable, siguieran siempre así. Como me gustaría ver terminada la casa que ahora es sólo un proyecto, y bañarme en su piscina, y dominar desde allá arriba los campos y el pueblo. Como un marinero en lo alto del mástil. Y tener, para siempre, una llave en mi bolsillo. La que estos días me ha abierto una casa que he creído mía, la que ha encendido la chimenea y ha puesto las sábanas limpias en la cama donde el viernes amanecí escuchando llover. Silencio de lluvia sobre el tejado. En una habitación que, sin duda, le habría gustado a John Stuart Mill y a su amada Harriet Taylor. Donde Vanesa Martín podría haber compuesto sin dudarlo una canción.
Por unas horas me he sentido "moclino" y ahora ya no sé si lo he vivido o ha sido un sueño. Sea lo que sea, seguiré su rastro, porque sé que así nunca me faltaran razones para vivir. Porque ahora ya sé que otro trocito de mí, anda por ahí volando, sobre los tejados, como un loco que, escapado del manicomio, hubiera descubierto que los locos eran los demás.
Leyendo tu texto, compa Octavio, dan ganas de dejarlo todo, así, sin más, y, por muy urbanita que sea uno, largarse echando leches a descubrir esa Arcadia (a ser posible, para no volver ya —pero eso está bastante más complicado—). Eso sí, habrá que empezar por buscarla en el mapa, claro…
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buen fin de semana.
Al leer sus letras es como si me las arrancaras a mi del alma, soy nieta e hija mi abuela y mi padre natural de Zufre, de ese pueblo que no puedo respirar si no lo veo, si no lo siento y lo tengo tan cerca.. Mi corazon necesita ir a visitarlo siempre...
ResponderEliminarSu olor sus fuentes , el pilar donde de niña jugaba... el paseo donde paseaba y el aire se llenaba de mis primeros amores.. pueblo encantado de estrellas que se agarran con las manos... calles donde corria de niña...Ya no puedo estar sin verte, me alimentas la vida si te huelo si te aspiro.... no se quien es usted, pero me traspasó la piel al leerle,cómo si arrancara cada letra de mi pensamiento, veranos de albercas, limenores dulce, y pan recien hecho... que de recuerdos perfecto para saborear tantos recuerdos dulces, bravos. serenos... gracias por recordarmelos. un abrazo grande OCTAVIO....... Mis pulmones respiraon el aire de la sierra al nacer y ya no se puede arrancar de mi...