DIARIO CÓRDOBA, 12-3-2012
Me imagino que soy uno de los muchos andaluces que, ante el horizonte electoral del 25M, estamos desubicados entre la indignación, el desconcierto y la desesperanza. Tal vez nunca antes me había sentido tan dubitativo ante la papeleta mediante la que haré efectiva la pequeña, la cada vez más pequeña, porción de soberanía que me corresponde. Todo ello además en un contexto de pesadumbre y de hastío no tanto ante el sistema sino ante una clase política empeñada en pervertirlo y que, en época de crisis, no deja de darnos muestras de su incapacidad para manejar el timón de este navío a la deriva.
Por simples razones de higiene democrática sería conveniente que en Andalucía se produjera un cambio político. El ejercicio prolongado en el poder, como bien explicamos en las clases de Derecho Constitucional, a las que por cierto desde unas semanas ha vuelto Carmen Calvo, provoca monstruos. Es decir, genera corruptelas, consolida redes de dudosa legalidad y crea un círculo cerrado de estómagos agradecidos que pelean con uñas y dientes para mantener el estatus otorgado por la política y que, sin ella, difícilmente habrían alcanzado. En este sentido, uno de los principales males del socialismo andaluz es que, a diferencia de Carmen, una gran mayoría no tienen profesión a la que volver o, si la tienen, se resisten a prescindir de las prebendas que la oficialidad otorga. Si a eso añadimos que, junto a conquistas evidentes muy especialmente en materia social, la Junta de Andalucía ha fomentado un sistema de servidumbres y una dinámica de adversarios --o estás conmigo o estás contra mí--, tendremos el resumen perfecto de algunas de las causas que explican por qué esta Comunidad no consigue despegar desde el punto de vista socio-económico a pesar de su increíble potencial.
Ante este lastre pesado, y que ahora empieza a traducirse en procesos judiciales y en descomposiciones internas, el Partido Socialista debería haber hecho desde hace años un esfuerzo de renovación, de búsqueda de nuevos rostros y discursos, de generación de complicidades con una ciudadanía cada vez más exigente y menos crédula. Sin embargo, su estrategia parece haber sido diseñada por su peor enemigo. Y así, junto a un liderazgo que va más allá de la fragilidad, nos encontramos con un partido en el que los elefantes se resisten a pasar a un segundo plano, en el que proliferan jóvenes cachorros profesionales del carné y en el que siguen faltando diálogos con unos simpatizantes cada vez más decepcionados con una estructura que no deja de mirarse el ombligo y ha olvidado mirar a la calle. Ese espacio al que paradójicamente el partido vuelve cuando es incapaz de hacer una oposición creíble y ante la ausencia de un proyecto capaz de entusiasmar.
No obstante, la gran tragedia para Andalucía, o al menos para andaluces que como yo que siempre desconfiamos de un azul que no sea el celeste o el marítimo, es que la alternativa de gobierno provoca incluso más desasosiego que el presente socialista. El más que discutible liderazgo de quien lleva décadas perdiendo elecciones y la terrible perspectiva de unas políticas neoliberales disfrazadas de mesianismo me provocan una angustia solo comparable a la vergüenza que siento cada día cuando desayuno con nuevos datos de la corrupción en nuestra tierra.
A diferencia de un colega que hace unos días me lo reconocía con pasmosa sinceridad, a mí no me gusta depositar mi voto en las urnas tapándome la nariz. Entre otras cosas, porque me parece un ejercicio de irresponsabilidad cívica y, en una última instancia, una complicidad con las maldades del sistema. Es decir, desde esta perspectiva, me parece una actitud reaccionaria. Mi gran dilema, pues, sigue vivo ante un 25M en el que lo me piden las tripas es votar en blanco, aunque todavía no sé qué efecto provocarán las razones del corazón que mi razón no entiende.
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