Sólo uno de los grandes como Martin Scorsese podría haber hecho un homenaje al cine - y a la literatura - tan sentido como esta "invención de Hugo". Todo en esta película funciona como una perfecta maquinaria de relojería - no en vano, el protagonista se ocupa de mantener en funcionamiento los relojes de una estación - y cada fotograma está hecho con la precisión de un artesano y con el amor de alguien que lleva décadas consagrado al séptimo arte. Cada aspecto de la película está tan cuidado que el único efecto negativo que provoca en ocasiones es el derivado de una cierta frialdad. Cuesta entrar en este laberinto de sensaciones pero, una vez dentro, es imposible no dejarse arrastrar por la magia. La de una película que es una intensa y luminosa declaración de amor al cine ( de ahí que podría funcionar como la cara B de The artist, las dos películas que han acaparado mayor número de Oscars en un año en el que parece que la crisis nos hace mirar hacia tiempos ¿mejores?).
El encuentro, y la recuperación, del mítico George Mélies está inserto en un cuento en el que, como en cualquier buena narración, se mezclan niños solitarios, ogros que los persiguen y llaves mágicas. De fondo, la lucha por el tiempo y la nostalgia del padre que no está. Es decir, las carencias vitales y la magia como bálsamo para nuestras heridas. El que encontramos en una biblioteca - en los libros de Julio Verne, en Robin Hood - y en la sala oscura de un cine. Un paraíso posible, habitado por hadas, sirenas y monstruos. Como el imaginado por Mélies. Como el que después de él tantos continuaron convirtiendo en una ventana por la que salir volando hacia la luna.
Al final, Hugo e Isabel terminan victoriosos su aventura. Han sido capaces de recuperar lo que los monstruos - es decir, la envidia, la guerra, la ceguera - trataron de convertir en cenizas. De esta manera, le ganan el pulso al tiempo y a la tristeza. Y nos redescubren que el cine es también un medio para hacer realidad nuestros sueños. Como el de Hugo que, a través de un autómata, recibe un mensaje misterio del padre que se fue. Con el que leía a Julio Verne y se reía viendo a Harold Lloyd. El padre que le enseñó el amor por los libros y las películas.
Escuchando la preciosa banda sonora de Howard Shore, y viendo nevar nieve casi de verdad al lado de Abel, ayer me emocioné al darme cuenta de que todos podemos ser hacedores de magia. Sólo hace falta dejarse llevar por los caminos que las páginas y las pantallas abren ante nosotros. También la paternidad es una manera de dirigir una película o escribir un cuento de dragones y príncipes....
El encuentro, y la recuperación, del mítico George Mélies está inserto en un cuento en el que, como en cualquier buena narración, se mezclan niños solitarios, ogros que los persiguen y llaves mágicas. De fondo, la lucha por el tiempo y la nostalgia del padre que no está. Es decir, las carencias vitales y la magia como bálsamo para nuestras heridas. El que encontramos en una biblioteca - en los libros de Julio Verne, en Robin Hood - y en la sala oscura de un cine. Un paraíso posible, habitado por hadas, sirenas y monstruos. Como el imaginado por Mélies. Como el que después de él tantos continuaron convirtiendo en una ventana por la que salir volando hacia la luna.
Al final, Hugo e Isabel terminan victoriosos su aventura. Han sido capaces de recuperar lo que los monstruos - es decir, la envidia, la guerra, la ceguera - trataron de convertir en cenizas. De esta manera, le ganan el pulso al tiempo y a la tristeza. Y nos redescubren que el cine es también un medio para hacer realidad nuestros sueños. Como el de Hugo que, a través de un autómata, recibe un mensaje misterio del padre que se fue. Con el que leía a Julio Verne y se reía viendo a Harold Lloyd. El padre que le enseñó el amor por los libros y las películas.
Escuchando la preciosa banda sonora de Howard Shore, y viendo nevar nieve casi de verdad al lado de Abel, ayer me emocioné al darme cuenta de que todos podemos ser hacedores de magia. Sólo hace falta dejarse llevar por los caminos que las páginas y las pantallas abren ante nosotros. También la paternidad es una manera de dirigir una película o escribir un cuento de dragones y príncipes....
Sentimiento y talento en tus palabras, compa Octavio, que invitan a escaparse a la sala más cercana a disfrutar de él. Scorsese es, quizá, uno de esos contados cineastas en los que áun sigue primando el hálito artístico (a veces con más acierto; a veces, con no tanto…) sobre otras consideraciones (también importantes en este ámbito, donde también pesa, y mucho, la perspectiva económica, pero que no deberían oscurecer el sentido último de la creación). Ojalá ese aliento aún se prolongue por mucho, mucho tiempo…
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y buena semana.
Efectivamente Manuel, ... parece ser que la peli ha sido un fracaso de taquilla en EEUU... Lo cual viene a corroborar que Scorsese hace el cine que quiere y que como quiere. O sea, es un creador. Y eso es de subrayar en el marco de una industria llena de clones y de esclavos de la recaudación.
ResponderEliminarEn Scorsese siempre es posible hallar, hasta en sus errores, una apuesta creativa, innovadora, luminosa.
Amor al cine en estado puro.
Gracias por seguirme y por tus comentarios.
Abrazos