En estos tiempos de MeToo, consentimiento y polémicas sobre leyes confiadas en que las penas acabarán con las violencias, seguimos sin embargo sin abordar la sexualidad con todas sus aristas. Vivimos, sí, unos tiempos de capitales eróticos, de cuerpos mercantilizados y de acontecimientos retransmitidos on line, pero continuamos esquivando la conversación sobre ese territorio en el que todos y todas nos quedamos desnudos, es decir, vulnerables. En este contexto, que como tantos otros también es asimétrico desde el punto de vista del género, las mujeres continúan atrapadas en discursos que las hacen singularmente responsables, que las victimizan o que les exigen una cierta virtud que solo es posible en el territorio de la santidad. Incluso conceptos tan aparentemente garantistas como el consentimiento encierra una perversa mirada sobre unas relaciones en las que ellas no suelen tener el papel de agentes. Tampoco los imaginarios que nos rodean ayudan mucho en este sentido. Muy especialmente el audiovisual continúa siendo un territorio dominado por hombres que miran a las mujeres y que las crean, por tanto, en función de sus deseos e intereses. Como también de mujeres que no hacen sino amoldarse a lo que a nosotros nos gusta.
Lo mejor de una película como la sorprendente Creatura es justamente que nos rompe todos esos esquemas y nos enfrenta a un espejo que nos resulta incómodo. Porque desvela. Elena Martín, que también asume el papel protagonista en su edad adulta, ha hecho una película en la que es una mujer, y sus deseos, y sus fantasmas, y sus traumas, y sus placeres, y sus riesgos, la que aparece constantemente en primer plano. Un personaje que no es de una pieza, como no lo somos los humanos, que arrastra lo que cada etapa de la vida hay ido dejando en ella y que intenta encontrarse, entenderse y ubicarse en un contexto relacional donde a veces es tan complicado manejarse. El que el relato se centre en tres momentos – la infancia, la adolescencia, la madurez – nos permite hacer todo un recorrido que, en este caso, no solo tiene que ver con lo emocional, sino que también enfoca los laberintos del cuerpo, los precipicios del deseo, los placeres y los peligros. Todos ellos envueltos en una cáscara de silencios y límites, de represiones y castigos, de fronteras y juicios morales. En este sentido, Creatura también nos muestra, aunque tal vez juegue en contra su excesiva ambición, de qué manera seguimos fallando en nuestros diversos contextos relacionales a la hora de enfrentarnos a nuestros deseos. Empezando por el rol de padres y de madres, todavía hoy tan anclados en esa tensión que nos impide asumir que nuestros hijos e hijas, incluso en su niñez, tienen también pulsiones y cuerpos que hablan. La infancia como ese territorio en el que seguimos negando la humanidad de los seres que despiertan a la vida y a los que tutelamos desde parámetros que protegiéndolos los niegan. Por no hablar de una adolescencia en la que hoy, chicas y chicos, pero muy especialmente las primeras, viven atrapadas entre discursos contradictorios y todavía sometidas, insisto, de manera singular ellas, a una mirada social que con facilidad deriva hacia la ley y el orden. La adolescencia de pantallas y de fiestas obligatorias, de soledades y de rostros tapados, de mujeres que continúan en gran medida dejándose arrastrar por el malote de turno. Una goleada en toda regla en la portería de la "nueva" masculinidad.
La directora tiene la valentía de contarnos su historia a través del cuerpo de Mila, la protagonista, de su urticaria, de su vulva que bota, de sus ganas de sexo y, al mismo tiempo, de sus dificultades para gozar. Esas tensiones y contradicciones, esas dudas y ese desfiladero, son difíciles de entender para un compañero – un magnífico Oriol Plá – que, pese a aparecer como un hombre progresista, comprensivo y amable, sigue arrastrando esos males de la masculinidad que con tanta frecuencia nos juegan malas pasadas. El silencio y el enfado como estrategias defensivas, la incapacidad para empatizar y dialogar, la huida como salida. Aunque el guion no llega a apurarlo como debiera, tanto la figura del padre como la del compañero de Mila nos ofrecen muchas claves de cómo también nosotros deberíamos iniciar un proceso que nos permitiera reconciliarnos con todo eso de lo que huimos. Solo a través de ese camino, me temo, será posible que entablemos con otros hombres y con las mujeres relaciones que nos hagan disfrutar. En el sexo y fuera de él.
Creatura, que es imperfecta y no siempre acierta a encontrar un tono uniforme, tiene la gran virtud de removernos e inquietarnos. De llevarnos a rincones que nunca hemos querido mirar. Es pues una apuesta valiente y arriesgada. De esas que justifican al cine como ventana y espejo, como espacio en el que nos asomamos a nuestros propios precipicios y a los acantilados del mundo que pisamos. La historia, que tiene momentos muy bellos, sobre todo los que recrean la infancia de Mila, como también los que nos muestran a la protagonista en trance de liberarse al fin de sus múltiples urticarias, es de esas que inevitablemente dejan muchas preguntas sin responder. Y no hace falta que la directora nos dé las respuestas. Porque nosotros mismos somos esos interrogantes.
PUBLICADO EN EL BLOG DE CORDÓPOLIS QUIÉN TEME A THELMA Y LOUISE:
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