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EL BUEN SEXO

 

En los últimos tiempos, al hilo del debate generado en torno a las violencias sexuales, se han multiplicado las reflexiones de mujeres plantean la necesidad de superar un modelo de relaciones que sigue anclado en el paradigma del control masculino y que tradicionalmente las negó como sujetas activas y deseantes.  Sirva como ejemplo el imprescindible libro de Katherine Angel El buen sexo mañana. Sin embargo, apenas he leído aportaciones de varones en las que nos sintamos interpelados por las vindicaciones de nuestras compañeras y, en consecuencia, cuestionemos nuestra vivencia de la sexualidad y de qué manera, respondiendo a las expectativas de género, reproducimos unos mandatos de masculinidad que nos continúan mal criando en la fantasía de la omnipotencia y la invulnerabilidad. Esta ausencia se hace más significativa en un momento en el que el impulso de las conquistas legislativas y de los interrogantes planteados por las feministas nos habrían de llevar a ponernos delante del espejo y a ser críticos, conscientemente críticos, con la “mala sexualidad” que habitualmente reproducimos. Esa que, además, en esta era de pantallas y cultura pornográfica, consumimos como espectadores ávidos de vivir el sexo como un acontecimiento pero también como una manera de reafirmar nuestra virilidad. Esa que, para algunos, anda en horas bajas. 

 

Como sucede en otros ámbitos de nuestras vidas, por más que las mujeres reflexionen, conversen y reivindiquen otras maneras de vivir y disfrutar el sexo, nada cambiará si los hombres no hacemos la parte de las tareas que nos corresponden, y que entiendo que son las fundamentales. Porque pasan por desaprender todos esos códigos y reglas que nos socializaron en la concepción de las mujeres como seres permanentemente disponibles para satisfacer nuestras necesidades, a las que con frecuencia deshumanizamos y por tanto reducimos a objetos, y con las que habitualmente nos resulta imposible establecer diálogos en la medida en que no las percibimos como seres equivalentes. Una jerarquía que se traduce en todos los espacios y también en la cama, ese lugar donde seguimos obsesionados por dar la talla y por escucharnos solo a nosotros mismos, amén del placer que parece que sentimos cuando compartimos nuestras “hazañas” con la fratría que revalida nuestro poder. Ese que a duras penas subiste en las musculaturas de los varones “spornosexuales”. Si hemos sido educados para mostrar nuestro heroísmo en cualquier dimensión de nuestra existencia, mucho más en ese terreno donde la desnudez de los cuerpos, la intimidad y las tensiones entre el deseo y el peligro nos ofrece una magnífica oportunidad para sentirnos los dominantes. Justamente el papel que, afortunadamente, se agrieta cada vez más  gracias a las conquistas feministas. 

 

En este sentido, habría mucho que discutir sobre la misma idea de “consentimiento”, que de nuevo parece poner todo el énfasis en la asertividad de las mujeres, que de alguna manera han de seguir respondiendo a las propuestas que son cosa nuestra. Aunque no cabe duda de que desde el punto de vista jurídico, ese foco es más que correcto, no creo sin embargo que sea la clave desde la que abordar lo que entiendo todavía más necesario que la sanción penal: la educación en una sexualidad gozosa y recíproca, disfrutable y compartida, alejada a fin del eje dominio/subordinación. Una conversación en la que mujeres y hombres, y muy especialmente nosotros, también en el contexto de relaciones no heterosexuales, aprendamos al fin que el sexo es una conversación en la que se pone en juego  nuestra fragilidad, en la que nos movemos guiados por la curiosidad y la incertidumbre, y en la que justamente el mayor placer tiene que ver con ese despojamiento del yo que nos lleva a querer casi fundirnos con otra persona.  Unos horizontes que los hombres no hemos estado habituados a tener presentes en nuestras agendas de la masculinidad tradicional. Esa que tanto necesita, como también lo necesita el sexo que practicamos, abandonarse al fin a la delicadeza y la vulnerabilidad. El punto de partida de una auténtica revolución de los placeres y los deseos. 

 


PUBLICADO EN EL NÚMERO DE NOVIEMBRE DE 2023 de la revista GQ

Ilustración de Juan Vallecillos

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