En mi memoria, que anda empañada desde que ayer recibí la tristísima noticia, hay muchos momentos en los que aparece Eva como la mujer que siempre fue. Inteligente, luchadora, con poderío, que diría Marcela Lagarde. Nunca olvidaré aquella mañana que compartimos en la inauguración del Rectorado de la UCO en el que los dos participamos en un encuentro, junto con otras jóvenes colegas investigadores (entonces éramos jóvenes) con los príncipes Felipe y Letizia. En una reunión previa, Eva y yo discutimos sobre las acciones positivas para las mujeres. Ella no quería ser, y nunca lo fue, una mujer "cuota". Eva defendía las cosas en que creía con vehemencia y argumentos. La mañana de la inauguración del nuevo Rectorado, detrás de una ventana de la Sala Mudéjar, mientras que esperábamos a la principesca pareja, ella y yo hablamos bajito, en intimidad, sobre lo que significa ser mujer y hacerse un hueco en una institución tan patriarcal. Pocas conversaciones recuerdo tan especiales como aquella.
Mi memoria se va un poquito más hacia atrás y me veo como padre primerizo, al igual que Curro, llevando los dos un carrito hasta la "guarde". El Cuco, la calle Abejar, la Magdalena, la Calle Muñices. El maestro y entrenador, la corredora y madre de Abel, los profes de Derecho dispuestos a comernos el mundo. O lo que nos dejaran. En aquel primer año de Abel, compartimos muchos momentos de bailes, músicas y manualidades. Aún tengo por la habitación de mi hijo, entre esos recuerdos que se resisten a ser engullidos por las limpiezas, alguna foto en la que nunca fallaba su sonrisa. Entonces, supongo que como ahora, madres y padres un tanto perdidos, ilusionados pero dubitativos. Sin manual de instrucciones. En cualquier caso, allí estaba el piso firme de la jugadora de baloncesto buscando cómo ganar el partido. Eva, estoy convencido de ello, habría sido una estupenda decana. La primera decana que habría merecido nuestra Facultad. Y estoy seguro que habríamos discutido y debatido más de una vez. Pero también estoy seguro que esas discusiones siempre nos habrían llevado a conversaciones como aquella que tuvimos en el Rectorado antes de saludar a los que serían Reyes. Dulce traición a mi alma republicana.
La vida rima, pero también duele. Supongo que lo aprendemos con los años, pero nunca nos acostumbramos a ello. Y duele más cuando nos enfrenta a un final adelantado, inexplicable, de esos para los que no hay pañuelos suficientes. Mi tristeza de hoy es rabia. E impotencia. Y fragilidad. Lloras tú, lloro yo. Ojalá dentro de unos días se convierta en memoria fértil, en esa tierra arada en la que siempre podré encontrar la semilla que dejó la mujer trabajadora, inquieta y valiente que fue Eva. Siempre entre mares y poniéndose las fronteras del mundo por montera.
Mientras tanto, abrazo a quienes la lloran desconsolados.
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