No es lo más habitual que en la
literatura nos encontremos confesiones de hombres que reconocen sus debilidades
y miserias. Por el contrario, el imaginario masculino está lleno de héroes,
batallas y conquistas. A diferencia de las mujeres, que sí que han sido y son
maestras en el arte de enfrentarse a sí mismas en el espejo, a nosotros nos
cuesta mirarnos por dentro y no digamos reconocer públicamente nuestra
vulnerabilidad. Es por tanto complicado encontrar libros en los que veamos
descarnada la masculinidad, sin las máscaras con las que habitualmente se
presenta en la esfera pública. Una de las últimas excepciones a esta regla es
la magna obra del noruego Karl Ove Knausgard que, desde 2009, ha ido publicando
en seis volúmenes una larguísima confesión. Y digo bien confesión, porque Mi
lucha no es una biografía que se parezca a otras, sino que más bien es un
ejercicio, intenso, doloroso con frecuencia, de desvelamiento de un hombre. Una
especie de Dolor y gloria, pero en noruego. Con un título polémico, y que
inevitablemente nos recuerda al librito de Hitler, pero también a uno de los
verbos perennes de la virilidad, Knausgard no se limita a recordar las
diferentes etapas de su vida, sino que nos ofrece un relato minucioso y lúcido
sobre dos procesos que en su caso son paralelos: los que lo llevan a
convertirse en hombre, un hombre de verdad, y en escritor.
Este verano, en un mes de agosto en
el que una vez más el mar de Cádiz fue mi abrazo, cuando llegué al Fin de una lectura que me ha acompañado en los últimos tres años, tuve la
hermosa sensación que un lector vive, cuando se encuentra con una obra que es
leída más allá de lo narrado, de haber vivido una especie de revelación. Porque
acompañar a Karl Ove, desde su infancia, por los distintos momentos de su vida,
ha sido también como recorrer la mía, aunque seamos dos tipos tan distintos y
distantes. Leer su lucha ha sido también leer algunas de las mías, y me temo
que en el fondo las de tantos hombres que hemos estado, o en el peor de los
casos seguimos, atrapados en la jaula de la virilidad. Aunque la relación con
mi padre no haya estado dominada, como el caso de Knausgard, por el miedo, sí
que me he reconocido en los silencios y en las tensiones, como también lo
hecho, en el otro extremo de la historia, en las dudas y turbulencias que
representa el ejercicio de la paternidad. De la misma forma que Karl, yo he
pasado media vida huyendo de lo femenino, poniendo bajo interrogantes
comportamientos y gestos que la manada me indicaba que no eran propios de
machos, tratando de demostrarme a mí mismo y sobre todo a mis iguales que era
un tío de verdad. Compitiendo, apostando, huyendo.
Con el
autor de La muerte del padre, que es como se titula el primero de los 6 volúmenes, he llorado y me he
enamorado, he vivido y revivido las dudas que siempre me persiguieron y que yo
pensé que me restaban valor, he aprendido que reconocer nuestra fragilidad es
la mejor manera de ir superando cadenas y, por supuesto, he tomado buena nota
de cómo vida y literatura acaban siendo primas hermanas. A pesar de que en
algunos momentos su lectura pueda resultar compleja, creo que Karl Ove
Knausgard ha hecho una obra que debería ser leída por cualquier hombre que se
esté cuestionando su lugar en el mundo. Por cualquiera que no haya renunciado a
hacerse preguntas. Por quienes, tal vez sin ser conscientes del todo, no se
hayan a gusto en la piel que otros han trenzado para ellos. Porque la lucha de
Karl Ove es, en el fondo, la lucha de todos y cada uno de nosotros. Atrévanse a
mirarse en su espejo. Tras las lágrimas, habrá sol. Palabra de Knausgard.
ESTE ARTÍCULO SE PUBLICÓ EN EL NÚMERO DE OCTUBRE DE 2019 DE LA REVISTA GQ
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