He de confesar que la en su día exitosa película La fuerza
del cariño, que incluso fue galardonada con varios Oscars, había
desaparecido en los vericuetos de mi memoria, tal vez porque en aquella época no fue
sino un melodrama intrascendente que disfruté de forma muy ligera. Ni siquiera
recordaba bien el personaje que interpretaba la siempre grande Shirley McLaine,
ni mucho menos los matices del siempre insufrible Jack Nicholson. Me acerqué
pues al Teatro Infanta Isabel de Madrid sin muchas referencias y, en todo caso,
con los prejuicios que arrastraba de un largometraje que a mí me removió más
bien poco. Si a eso sumamos que nunca antes había visto a Lolita Flores sobre
el escenario, y en mí pesaba más el lastre del personaje que el presunto talento
por descubrir, el punto de partida, en una sesión en la que estuve rodeado
mayoritariamente de señoras solas y bien vestidas, no era el más positivo. Sin
embargo, y tras un comienzo algo farragoso, y que me hizo presagiar lo peor,
poco a poco fui dejándome llevar por la historia cosida ahora por Magüi Mira y
por una puesta en escena, tan simple como arriesgada, que me hizo sentir que efectivamente
estaba viendo un juego teatral y no una simple adaptación comercial de una peli
de éxito.
Apoyada en esa especie de coreografía con la que la directora
de la brutal Consentimiento siempre hace bailar a sus personajes, tal
vez para demostrarnos que las relaciones humanas son justamente eso, una
especie de baile en el que se entremezclan y a veces luchan emociones, La
fuerza del cariño es mucho más que una reivindicación de la necesidad que tenemos
de comunicarnos. Es decir, de tocarnos, de hablarnos, de ayudarnos, de olernos y
de abrazarnos. Algo que, por simple que pueda parecer, en esta época de tecnologías
invasivas y redes sociales vengativas parece una utopía revolucionaria. Más allá de eso, que es sin duda un eje central que la adaptadora y directora
ha querido poner de manifiesto, esta obra, que debe una gran parte de su fortaleza
a la interpretación de sus dos actrices, Marta Guerras y Lolita Flores, nos
pone frente al espejo de una evidencia que todavía tenemos que subrayar para
hacerla visible. Y es que esta historia de dos parejas entrecruzadas de
distintas generaciones es, por encima de todo, el relato hermoso y emocionante
de cómo una mujer mayor, la contradictoria y hermosa Aurora a la que Lolita otorga
peso y sentimientos, batalla para llevar el timón de su propia vida. Con
frecuencia en lucha contra ella misma, contra los prejuicios que una cultura
machista le ha metido en la cabeza, contra los más cercanos que desconfían de
su autonomía, contra las vallas de una sociedad que parece no querer mirar de
frente las patas de gallo de quienes han vivido y han amado como nadie. En este
sentido, la vindicación de Aurora, que detectamos en lo más pequeño, en lo más
personal, hasta en lo más íntimo, es una vindicación de su propio cuerpo, de su
sexualidad, de su derecho a equivocarse, de sus ganas de amar sin las trampas
del amor romántico. Una batalla que se vuelve más árida al ser partícipe
también de los errores que repite la hija a la que siempre quiso ver como
alguien más libre que ella.
La fuerza del cariño es al fin, y no desvelo el hermoso desenlace, la historia de
dos mujeres solas en un mundo que a ellas le sigue poniendo más trampas. Un
mundo dominado por los hombres, aunque como en el caso de los dos de esta obra (interpretados con corrección por Luis Mottola y Antonio Hortelano), estén muy
por debajo de la altura intelectual y moral de sus compañeras. Esas dos mujeres
solas, y el futuro que representa la nieta de Aurora, representan la verdadera
fuerza que sostiene el mundo. No la del cariño convertido en postal ramplona,
ni tampoco la que yo recordaba en la película que hizo derramar tantas lágrimas.
El gran acierto de la adaptación que ha hecho Magüi Mira, mujer curtida, como
amazona que es, en las arenas que tan difícil se lo ponen a las mujeres, radica
en cómo pone el énfasis en la capacidad de ellas, y muy especialmente de la que
parece por edad fuera del “mercado” de las oportunidades, para lidiar con las
horas. Las de cada día, las que nos pueden parecer insignificantes, las que
tendríamos que estar llenando de abrazos nutritivos y de noes a todo lo que nos
corte alas. Solo así el nombre de la protagonista, esa Aurora grande y poderosa
que consigue la menuda y frágil Lolita, puede entenderse como presagio de lo
que está por venir. De la vida que sigue. Del mañana que la nieta irá haciendo
suyo si se mira en el espejo de su abuela, esa mujer mayor, tan viva, inteligente
y luminosa. Una de esas muchas que hoy deberían ser las dueñas del mundo.
La fuerza del cariño se representa en el Teatro Infanta Isabel de Madrid hasta el
17 de noviembre.
Publicado en The Huffington Post, lunes 7 de octubre de 2019: https://www.huffingtonpost.es/entry/la-aurora-de-las-mujeres-mayores_es_5d9a6817e4b0993898020424
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