El sistema funciona porque somos dóciles. Porque estamos domesticados. La ley del silencio. La ensoñación de las libertades individuales. Los escaparates no dejan de generar deseos y el mercado insiste en hacernos desiguales. Las brechas cada día se hacen más grandes y la sostenibilidad, que durante un tiempo fue posible gracias a un Estado que se dejó acariciar por la justicia social, se vuelve una quimera. Abandonados, precarios, sin futuro. No estamos locos. Estamos hartos, cabreados, indignados. Y cuando la política falla la ira estalla. Y arden las calles, y se queman contenedores, y estallan las cristaleras de los bancos. "Todos somos payasos", "Los ricos deben morir".
El Joker de Todd Phillips es un drama brutal, una especie de tragedia clásica llevada al exceso. No es una película de héroes ni de antihéroes, ni una distopía, ni siquiera la adaptación de un cómic. Es la traducción en imágenes seductoras y muy potentes del malestar que nos aqueja, del mal que no tiene nombre, de las costuras de un modelo que hace aguas y que está al borde de la erupción. Reír, llorar. La distancia entre un verbo y otro es mínima cuando la desesperación nos arrastra. Y no, no estamos enfermos, no somos enfermos mentales, ni histéricos, ni niños mal criados, somos sufridores de las injusticias de un sistema en el que las violencias neoliberales y patriarcales no dejan de producir monstruos. Joker no es sino hijo de esa bilis que se ha quedado al borde de nuestra garganta.
Todas y todos por tanto estamos a punto de convertirnos en criminales, en vándalos, en bárbaros. Solo nos falta quitarnos la careta de consumidores educados y ponernos la de payasos salvajes. Siempre me dieron miedo los payasos. Me hacían llorar. Sus bocas pintadas me parecieron siempre rajadas por una navaja y coloreadas con la sangre que se quedó en la comisura de los labios. Ese miedo, ese dolor, esa rabia. Joker. Todos podemos ser Joker. Los payasos son ellos.
... Y Joaquin Phoenix... ese bailarín de mirada turbia y ternura de niño maltratado... El Joker en él se hace carne y logramos entender al Arthur que rastrea en su pasado para entender su presente. Al chico que nació para hacer reír y al que la vida ha condenado a tener una mueca constante. Al hombre que hace de su ira un arma para la que no importa el futuro. Phoenix interpreta a este desalmado con alma hasta con las costillas que deja ver su delgadez extrema. Su risa da miedo pero abraza. Fred Astaire y Charles Chaplin, De Niro y una mala madre. Las mujeres tan secundarias y tan accesorias como no podía ser de otra manera en un mundo de hombres ricos, exitosos y con el monopolio de la palabra. Un mundo de machitos en erección.
Joker nos avisa. Cuando la política no baja de las nubes, la rabia quema la tierra.
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