Cuando hablamos de la masculinidad dominante, entendida como
construcción cultural y política que continúa determinando la subjetividad de
los varones, no podemos desvincularla de las estructuras de poder en las que
históricamente se ha apoyado y que, a su vez, le han dado aliento para seguir siendo
hegemónica. Es decir, cuando hablamos críticamente de las masculinidades
tenemos que hacerlo necesariamente desde una perspectiva política. No basta con
las voluntariosas deconstrucciones personales, ni con los heroísmos
individuales. Estamos hablando de privilegios estructurales y, por tanto, de la
acción política que tendríamos que poner en marcha para desmantelarlos y, así,
acabar con la supremacía masculina. Lo cual pasa, lógicamente, por acabar con
los patriarcados que la sustentan y que son la causa de la explotación de la
mitad femenina de la Humanidad, así como de la humillación de aquellos hombres
que traicionan los mandatos de género. No cabe duda de que la Iglesia Católica
es una de esas estructuras por revolucionar.
Esta es la clave desde la que nos deberíamos acercar a último
libro de Frédéric Martel, que hace unos años ya nos sorprendió con su Global
Gay, y que ahora ha puesto el foco en la Iglesia Católica para hacer visible
cómo el patriarcado, apoyado en la homofobia y en la misoginia, continúa siendo
la columna vertebral de una institución que, bajo la cobertura de una
determinada moral, reproduce y alimenta comportamientos indecentes, es decir,
humillantes. Todos aquellos que tienen que ver con la negación de la igual
humanidad de quienes se escapan de las reglas heteronormativas. En este
sentido, y recordando a Monique Wittig, la Iglesia es el ejemplo más rotundo de
cómo la heterosexualidad es un régimen político.
Sodoma. Poder y escándalo
en el Vaticano es una obra monumental, de más de 600 páginas, basada
en un trabajo de investigación que Martel ha llevado a cabo durante 4 años en
más de treinta países. Un trabajo en el que el periodista e investigador
francés llevó a cabo 1.500 entrevistas, con 41 cardenales, 52 obispos y monseñores,
45 nuncios apostólicos, secretarios de nunciaturas o embajadores extranjeros,
11 guardias suizos y más de 200 sacerdotes católicos y seminaristas. No se
trata de un libro que pretenda revelar escándalos, o sacar del armario a
personajes relevantes de la curia, ni juzgar las vidas íntimas de los muchos
hombres que pasean por sus páginas. Lo que pretende Martel es hacer visible un
sistema que se apoya en la doble vida homosexual y, al mismo tiempo, en la
homofobia más ostentosa. Una clave necesaria para interpretar los
acontecimientos más recientes de la historia del Vaticano y que sitúa al actual
Papa ante una tesitura en la que se juega su credibilidad como sujeto progresista.
Como bien señala Martel, “Francisco sabe que las posiciones de la iglesia deben
evolucionar, y que para lograrlo tiene que entablar una lucha sin cuartel
contra los que utilizan la moral sexual y la homofobia para ocultar su hipocresía
y su doble vida. Pero se da el caso de que estos homosexuales encubiertos son
mayoritarios, poderosos e influyentes, y los más <<rígidos>> tienen
unas posiciones homófobas muy estridentes. De modo que el Papa vive en Sodoma.
Amenazado, atacado desde todos los flancos, criticado, Francisco, ha dicho
alguien está <<entre los lobos>>. No es del todo exacto: está entre
las Locas”.
Sodoma nos ofrece
muchos argumentos que avalan cómo las estructuras de poder de la Iglesia
Católica continúan respondiendo a los esquemas patriarcales y a una cultura
machista que la convierten en un espacio ambivalente: recordemos que el Vaticano
es un Estado y que se relaciona como tal en la esfera internacional, a pesar de
que su estructura no es la de una democracia sino más bien la de una oligarquía
masculina y homófoba. No hay más que recordar sus reacciones airadas frente a la
categoría género, al que no dudan en calificar como una ideología satánica, y frente
al progresivo reconocimiento de la diversidad afectivo-sexual. Recordemos, sin
ir más lejos, las posiciones políticas de la Iglesia española frente a la
regulación del matrimonio igualitario. Un posicionamiento que es analizado con
todo lujo de detalles en el capítulo que en el libro se dedica a Rouco Varela.
En este sentido, y como bien lo ha analizado el teólogo Juan José Tamayo, la Iglesia
Católica representa uno de esos fundamentalismos, que junto al patriarcal y capitalista
en su versión neoliberal, están condenando al mundo a una escalada terrible de odio
y desigualdad. Recordemos también la vergonzosa posición del Vaticano contra la
Declaración de Naciones Unidas sobre orientación sexual e identidad de género presentada
en diciembre de 2008 y de las alianzas que frente a dicho documento la Iglesia
hizo con los países más fundamentalistas del mundo árabe.
El libro nos muestra cómo el
Vaticano es el mejor ejemplo de estructura heteropatriarcal, la cual se apoya
en la negación de las mujeres como sujetos equivalentes. En varios capítulos se
nos hace evidente cómo los hombres poderosos de la Iglesia usan a las mujeres como
seres disponibles y cuidadores, a su servicio, sin que haya la más mínima
intención de reconocerlas como iguales. Hablamos pues no solo de una cultura
machista, e insisto, de unas estructuras de poder no democráticas, sino de una auténtica
misoginia en un mundo en el que todo gira en torno al poder, los deseos y las
necesidades masculinas. Es decir, el campo abonado para que los deseos
homosexuales crezcan como hierbas salvajes. Un mundo en el que, además, es
fácil detectar cómo funcionan los pactos entre varones y en el que las mujeres
son seres idénticos e intercambiables que limpian y dan esplendor a las
estancias de los jerarcas. Unas estancias en las que una buena parte de ellos
contradicen las reglas morales que tratan de imponer en sus catecismos y
confesionarios. Unas estancias en las que, como si fueran armarios enormes, es
también muy habitual el uso y abuso de quiénes están en una posición de debilidad
y sometimiento. No olvidemos los escándalos de pedofilia que en los últimos
años están haciéndose visibles, mostrándose así lo que ha sido no algo excepcional
sino una pauta reiterada de actuación por parte de tantos hombres que han ejercido
control y poder también sobre los cuerpos y la sexualidad de otros.
Junto a conclusiones que algunos
más o menos podíamos “sospechar” - como que el papa Francisco no es tan gayfriendly
como aparenta, o que en el sacerdocio católico la homosexualidad es la regla y
la heterosexualidad la excepción, o que la cuestión gay fue un factor clave en
la abdicación de Benedicto XVI -, lo más relevante que podemos extraer de la
lectura de este imprescindible libro es cómo la Iglesia Católica ha sido y es
una pieza esencial en la continuidad del heteropatriarcado y de la cultura machista
y androcéntrica en que se sustenta. Todo ello, como antes apuntaba, en el marco
de una estructura de poder situada al margen de la lógica de los derechos
humanos. Una estructura de poder que
alimenta armarios, secretos y traiciones. La mejor prueba de cómo la negación
de la autonomía individual, incluidos nuestros deseos, es la negación misma de
la humanidad del individuo. Lo más lejano, entiendo yo, al “amaos unos a los
otros, como yo os he amado”. El Vaticano sigue siendo, pues, uno de esos
ámbitos necesitados de una revolución ilustrada (y feminista), una tarea harto
complicada si tenemos en cuenta cuántos angry white men se
resisten en sus sillones de jerarcas, y en sus dormitorios cerrados, a que entren
los aires de la hermosa diversidad. Mientras eso ocurre, continúo sin entender
cómo tantos hombres gais, y por supuesto, cómo tantas mujeres, continúan
reconociendo la autoridad de una Iglesia que les niega su condición de sujetos.
Debe ser que la fe no es ciega, sino que ciega. Y produce monstruos. Como los
armarios. Esos de los que siguen teniendo la llave las masculinidades sagradas.
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